Este cuento, ‘Pelusa’, fue escrito en sus últimos días por el Padre Luis Coloma, el autor del famoso cuento del Ratoncito Pérez. Aquí encontrarás una adaptación del texto original, escrito en 1876, un cuento que nos habla de valores esenciales como el de la caridad, la gratitud y la bondad.
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ToggleEl precioso cuento de Pelusa para leer con los niños
Había una vez una vieja muy vieja, fea y malvada. Todos la conocían como vieja Paví. Y resulta que la vieja Paví tenía una linda niña de unos cinco años, blanca y rubia como los angelitos, llamada Pelusa.
Todos los vecinos pensaban que la niña era nieta de la vieja Paví, pues la anciana, a fuerza de pellizcos, obligaba a la pequeña a llamarla ‘abuela’. Pero no era verdad. La anciana la había robado del patio de un hermoso palacio. La niña dormía, y ella aprovechó que la niñera se encontraba hablando con su novio. La verja del jardín estaba abierta, así que la anciana Paví entró sin más, se acercó a la niña de puntillas y se la llevó en un saco lleno de telas.
Su intención era utilizarla en algún conjuro, pues la vieja Paví además era bruja. Y de las malas malísimas. Pero como la niña lloraba mucho, por miedo a ser descubierta, decidió criarla hasta que fuera mayor. Ya de jovencita, la vendería a algún ricachón que valorara bien la belleza.
Pelusa pronto sintió curiosidad por conocer más de su familia.
– Abuela Paví- le dijo un día a la anciana- ¿Por qué todos los niños tienen papá y mamá y yo no?
– Porque tú naciste de la pelusa de un nido de ratones. Te encontré barriendo la casa… Por eso te llamas Pelusa- le gritó furiosa la vieja.
Pelusa siempre terminaba llorando. Si no era por las feas palabras de la vieja Paví, era por los pellizcos que le daba, o porque le pinchaba con algún alfiler para que dejara de llorar. La niña se escondía debajo de la mesa, y no paraba de decir:
– Si yo tuviera mamá… si yo tuviera papá…
La misteriosa familia pobre
Un día, la vieja Paví tuvo que ir a mandar una carta, y dejó a Pelusita en la entrada de su casa, vigilando una olla de barro llena de sopa.
La pequeña jugaba con una muñeca que había encontrado en la basura. Estaba vieja, sucia y despeinada. Le faltaba una pierna, pero a Pelusa le parecía preciosa. Le había hecho un vestido con papeles de colores y unas plumas de gallina, y le había puesto de nombre, doña Amparo. Así se llamaba la señora que vivía al final de la calle, y que siempre iba tan elegante con su sombrero de plumas…
– No temas, que tú sí tendrás mamá- le decía Pelusa a su muñeca.
Pues allí estaba sentada Pelusita con doña Amparo cuando vio acercarse a un hombre y una mujer con un niño pequeño en brazos. Parecían muy pobres y sobre todo, muy cansados. Al llegar donde estaba ella, la mujer se sentó en el suelo, y el hombre se apoyó contra la pared. Pelusita no se lo pensó dos veces. Entró en la casa y salió con dos sillas:
– ¿Quieren sentarse?-preguntó la niña.
– ¡Oh! ¡Cuánto te lo agradecemos!- respondió la mujer- Llevamos andando mucho tiempo y aún nos queda camino… Estamos muy cansados…
– ¿Y ya comieron?-preguntó Pelusa.
– No… no comemos nada desde hace un par de días…
– ¿Y el niño tampoco? ¡Eso no puede ser!- exclamó Pelusa afligida- Pues ahora mismo les pongo yo esta sopita que vigilaba…
La niña salió de la casa con una mesa, colocó platos, vasos y cucharas, y les sirvió la sopa que había preparado la anciana Paví.
El milagro de doña Amparo
– Y dime, pequeña… ¿dónde están tus padres?- preguntó entonces la mujer.
– No tengo padres… Vivo con mi abuela, la anciana Paví. Dice que me encontró en una pelusa de la despensa mientras barría. Por eso me llamo Pelusa. Pero mi doña Amparo sí tiene mamá… soy yo- dijo mientras les enseñaba a su muñeca.
La pareja se miró con tristeza. Y el pequeño, al ver la muñeca, se puso a dar palmas de contento. Abría mucho las manos, como si quisiera agarrarla, y Pelusa se la dejó.
Entonces, sucedió algo que puso los pelos de punta a Pelusa. No de miedo, no, porque la mujer, tan hermosa, parecía un ángel, y el hombre tenía cara de bondadoso… Era por lo que pasó: el niño soltó sobre la mesa a doña Amparo, y la muñeca de pronto cayó de pie, con su pierna rota totalmente repuesta. Ya no estaba sucia, ni despeinada. Y parecía tener vida propia. De hecho, se puso a bailar sobre la mesa. ¡Y a cantar! Como era Navidad, tarareó esta coplita que los niños solían cantar por las calles con zambombas y panderetas:
En el portal de Belén hay un nido de ratones, y al Patriarca José le han roído los calzones.
La mujer se sonrojó al oír esto y miró a su marido, como si el villancico estuviera hablando de él. La muñeca continuó cantando:
Yo quiero ir a Belén,
aunque me riña mi amo,
que yo quiero ver también
ese Niño soberano.
Yo le llevé unas sopitas,
y no las quiso comer:
y como estaban calentitas
se las comió San José.
San José bendito,
¿por qué te quemaste?
Viendo que eran gachas,
¿por qué no soplaste?
Un mensaje para Pelusa
La muñeca al terminar de cantar, saltó al bolsillo del delantal de Pelusa y se quedó allí muy quieta. La mujer miró con dulzura a la pequeña y dijo:
– Mira, Pelusita, lo que te contó la vieja Paví acerca de que te encontró en una pelusa, es una mentira muy gorda. Claro que tienes papá y mamá, y seguro que te están buscando, porque te quieren muchísimo. Lo que pasa es que la vieja Paví les tiene encantados en el castillo de irás y no volverás.
Pelusa entonces se puso a llorar:
– ¿Y qué puedo hacer yo para encontrarles? No sé dónde está ese castillo…
– No te preocupes, Pelusa. Doña Amparo te llevará de la manita. Cuando llegue el momento, ella te llevará hasta el castillo.
La mujer tomó entonces el pucherito en donde habían estado las sopas antes y dijo:
– Cuando tengas miedo, acuérdate de nosotros, porque estaremos contigo… Y cuando tengas hambre, llena este puchero con agua limpia y echa alguna piedrecita. Luego di: «¡Pucherito, pucherito, dame de comer, por aquel niño chiquito!»
La mujer, el hombre y el niño se despidieron de la niña, con un beso en la frente. El niño se abrazó a su cuello y le dio un beso chiquito. Y según desaparecía esta familia por la calle, Pelusa vio aparecer por el otro extremo a la vieja Paví, con su garrote y su rostro lleno de amargura.
A Pelusa entonces le cruzó un escalofrío de parte a parte, porque de pronto recordó que había dado toda la sopa a la familia pobre y que ya no quedaba nada para su abuela. Así que corrió a esconderse debajo de la mesa, muerta de miedo, mientras la anciana Paví entraba en la casa gritando:
– ¡Pelusa! ¿Pelusa! ¿Dónde estás? Por rápido la comida, que desfallezco de hambre.
El final de la vieja Paví
La niña temblaba debajo de la mesa y la anciana descubrió entonces el puchero vacío.
– ¿Dónde está mi sopa? ¡Maldita niña! ¡Sal de tu escondite y dime quién se comió mi sopa.
Y Pelusa salió con la intención de mentir y echar la culpa a los gatos, pero lo cierto es que no era capaz de mentir, y terminó diciendo la verdad:
– Se las di a una familia que era muy pobre y tenía mucha hambre… Una mujer, un hombre y su hijito…
– Pero… ¿Será posible? ¿Que le diste mi sopa a unos desconocidos? ¡Sabandija, te vas a enterar! Ahora haré una sopa yo con tus orejas, que me servirán de chuletitas- dijo muy enfadada la anciana.
Pero cuando la vieja Paví amenazó a la pequeña, salió una voz muy chillona del delantal de la niña:
– ¡Tunanta, deja en paz a Pelusa!
Saltó doña Amparo a la cara de la anciana y comenzó a arañarla. La anciana Paví gritaba de dolor, mientras la muñeca decía a la niña:
– Pelusa, hazle una sopa a la vieja…
Y la niña llenó el puchero con agua, echó dentro unas piedras y dijo: «¡Pucherito, pucherito, dame de comer, por aquel niño chiquito».
La anciana miró todo el proceso asombrada, y al notar el delicioso aroma a perdiz que salía del puchero, se lanzó sobre él y se comió todo en menos de cinco minutos.
Estaba tan llena la anciana Paví, que se tumbó a dormir, y entonces pasó algo increíble: la anciana comenzó a hincharse más y más… más y más… tanto, que de pronto, estalló.
Pelusa al principio se asustó muchísimo, pero doña Amparo le dio la mano y dijo:
– Corre, Pelusa, ponte la capucha roja, coge el puchero de la sopa y vamos a buscar a tus padres.
– ¿Ya?
– Sí, es la hora…
En busca del castillo de Irás y no volverás
La niña estaba muy contenta, y salió junto con doña Amparo de aquel pueblo. Pero el castillo de Irás y no volverás estaba más lejos de lo que la niña pensaba…
– ¿Cuánto falta? ¡Llevamos andando mucho!- se quejó la niña.
– Aún queda un poco…- respondió doña Amparo.
– Pero, ¿por qué se llama así, de Irás y no volverás?
– Porque allí vive un gigante muy malvado, llamado Bruno, que se come a todo el que intenta pasar…
– Ah, no, pues conmigo no podrá- dijo muy convencida la niña- Porque a mí me protege la familia que conocí y te dio vida…
Y como tenían hambre, Pelusa llenó de agua el puchero y echó unas piedras, y en nada se llenó de una rica crema. Después descansaron bajo un árbol, y la niña de pronto escuchó que alguien le llamaba:
– Pelusaaa, Pelusaa…
Miró hacia arriba y vio a un pájaro oscuro, que le dijo:
– Oye, ¿quieres venir a casa de un amigo? Toda su casa está hecha de dulces… Las puertas son de chocolate, y las ventanas, de algodón de azúcar. Tienen galletas, bizcochos y tartas…
La niña miró al pájaro y respondió con firmeza:
– De eso nada, pajarito. Voy a buscar a mis padres y no pienso entretenerme por nada…
El pájaro salió de allí volando y a su paso la niña olió un aroma apestoso, como a azufre.
– Pelusa, hiciste bien… ese pájaro era el demonio- le dijo doña Amparo- Quería tentarte.
Al día siguiente, la niña y su muñeca siguieron el camino. Tres días más estuvieron andando, comiendo del puchero mágico y compartiendo su comida con los animalillos que se acercaban hasta ellas. La última comida fue muy generosa. Terminaron saliendo del puchero los bizcochos favoritos de la niña. ¡Hacía tanto que nos los probaba! Pero justo cuando iba a darles un mordisco, llegaron unos pequeños jilgueros:
– ¿Puedes darnos algo de comer? ¡Tenemos mucha hambre!
La niña le dio sin pensarlo sus bizcochos, y los pájaros se fueron de allí muy agradecidos.
El castillo de Irás y no volverás
Llegaron al fin una noche al castillo de Irás y no volverás. Era grande y de piedra negra, pero la puerta era pequeña, y no tenía ventanas. Llamaron confiadas la niña y doña Amparo, y abrió la puerta una elegante lechuza.
– Buenas noches, ¿es usted la mujer de don Bruno?- preguntó doña Amparo.
– No, yo soy solo el ama de llaves, doña Joaquina.
– Ah, ¿y podemos ver a don Bruno?
– Me temo que no es buen día… El pobre anda con un dolor de muelas terrible.
Entonces, a doña Amparo se le ocurrió algo:
– Por eso vengo, doña Joaquina… Soy dentista, y me dijeron que don Bruno necesitaba ayuda…
– Oh, ¿de veras? ¡Qué contento se va a poner! Esperen aquí y enseguida vuelvo.
La niña y su muñeca entraron en el castillo, y el ama de llaves desapareció cerrando la puerta con llave. Al cabo de un par de minutos, escucharon el sonido de unas cadenas y una voz que decía:
– ¿Caigo o no caigo? ¿Caigo o no caigo?
Doña Amparo, harta de esa indecisión, dijo:
– ¡Pues cae ya de una vez!
Y entonces, cayó del techo una pierna enorme. Y después volvió a oírse la misma voz que una vez más, decía:
– ¿Caigo o no caigo? ¿Caigo o no caigo?
Doña Amparo, impaciente y algo cansada de la murga, dijo:
– ¡Cae ya, hombre, pero cae entero de una vez por todas!
El techo se abrió y entonces cayó otra pierna, un brazo, otro brazo, el tronco y una enorme cabezota con barba rubia y un pañuelo a la altura de las muelas. Todas las partes se unieron y entonces pudieron ver por fin al gigante don Bruno.
– Ay, mis muelas… -se lamentaba él entre sollozos.
El palacio de cristal
Doña Amparo saltó entonces a la palma de su mano y comenzó a pasearse por ella mientras decía:
– Estás de suerte, gigante, aquí mismo está la gran dentista Miss Amparo, conocida en toda la ciudad.
– ¿Miss Amparo? ¿La misma que me ha anunciado Doña Joaquina?
– Sí señor, y sepa que es usted afortunado, porque mi reputación es tal, que me conocen en todas las cortes y casas de nobles. ¡Hasta he curado el dolor de muelas del rey!
– ¡No me diga! ¿Y podría curar mi dolor también?- preguntó entusiasmado el gigante.
– Vaya que sí- respondió la muñeca- Abra bien la boca que tengo que examinarle bien.
El gigante abrió entonces su enorme boca y doña Amparo se asomó. Miró las muelas de arriba. luego las de abajo, y de un brinco saltó bien dentro, hasta la campanilla. El gigante entonces notó que se ahogaba, pues no podía respirar, y después de ponerse morado, estiró una de sus enormes patas, y de pronto, el castillo desapareció.
En su lugar, Pelusa y doña Amparo vieron una enorme tapia de cristal. Rodeaba un hermoso jardín lleno de flores, y en medio, Pelusa vio a un hombre y una mujer, rubios, vestidos de blanco. Ella lloraba y decía.
– ¿Cuándo volverá mi niña?
Y aunque Pelusa gritaba: «Aquí estoy», la mujer no la oía.
Buscó Pelusa una entrada, pero el palacio aún estaba encantado, y no tenía puertas ni ventanas.
– Ay- dijo Pelusa entonces- Quien fuera pajarillo para poder entrar y dar un besito a mi mamá…
Entonces aparecieron los jilgueros a los que la niña había dado sus bizcochos. Traían una enorme hoja y pidieron a la niña y a doña Amparo que subieran a ella.
Los pájaros llevaron la hoja con la pequeña y su amiga al interior del palacio. Justo en ese momento, la pareja se había sentado a la mesa del jardín. Aún ponían el plato y los cubiertos de su hija…
– ¡Mamá! ¿Papá! ¡Aquí estoy!- dijo Pelusa.
Sus padres se pusieron locos de contentos. El encantamiento se rompió y la familia pudo vivir feliz. Por supuesto, también doña Amparo se quedó con ellos.
Y colorín colorado, este cuento se ha terminado.
Qué temas puedes trabajar con este cuento
Utiliza este hermoso cuento para hablar con los niños de:
- Caridad.
- La empatía.
- Familia.
- El valor de la gratitud.
- Bondad.
- Ingenio y astucia para resolver problemas.
Reflexiones sobre este cuento del padre Coloma para niños
La bondad al final es recompensada. Es el principal mensaje que transmite este hermoso cuento, pero hay más:
- La caridad de Pelusa: A pesar de tener una vida muy difícil, y de ser maltratada por la vieja Paví, la pequeña Pelusa era buena, generosa y caritativa con todos. Cuando se le apareció aquella familia que representa en plena Navidad la imagen de María, José y el niño Jesús, la pequeña no dudó en darles y ofrecerles todo lo poco que tenía. La empatía le ayudó a sentir el cansancio y el hambre que debían tener y esto fue suficiente. La caridad es aquella generosidad que se entrega sin pedir nada a cambio. No se trata de dar lo que sobra, sino en dar aquello que también necesitamos. La pequeña prefirió quedarse ese día sin comer para que la familia pudiera alimentarse un día.
- La bondad tiene premio: Pues sí, a pesar de que Pelusa fue caritativa sin querer nada a cambio, la misteriosa familia le entregó como regalo aquello que más deseaba: el poder recuperar a su familia. Y lo hizo mediante su pequeña muñeca, a la que ella había adoptado como hija. Sería ella, la única ‘persona’ que amaba en ese mundo, la que le conduciría a sus padres. Sería su guía y aquella que le ayudaría a encontrar el camino. Una extensión más del niño que le dio vida… el niño Jesús. Podría decirse que el Padre Coloma utiliza esta metáfora de la muñeca para explicar que fue el niño Jesús quien llevó a la pequeña de vuelta a su hogar.
Más reflexiones sobre el cuento de Pelusa
- El sentimiento de gratitud: No solo la familia a la que Pelusa dio de comer estaba agradecida con la pequeña. También los animales a los que la niña dio de comer… De hecho, fueron los jilgueros a los que ofreció la comida que tanto deseaba probar, los que agradecidos, llevaron a la pequeña hasta el interior del palacio. Gracias a ellos y a su gratitud, Pelusa consiguió romper el encantamiento del palacio.
- Los malos tienen su castigo: Pensará que en la vida real no siempre es así. Y ciertamente, no lo es, pero en este cuento, el bien tiene su recompensa y el mal, su castigo. De hecho, tanto la malvada vieja Paví como el gigante Bruno, terminan muriendo. La primera, por su gula y avaricia, y el segundo, por su ingenuidad y poca prudencia. El mensaje del cuento es claro, y viene a decir que el bien al final siempre termina siendo recompensado, mientras que el mal, siempre termina destruyendo al malvado.
- El triunfo de la familia: El final no podía ser más simbólico, con una Pelusa que por fin consigue recuperar a sus padres y una familia rota que vuelve a unirse. Al final, el amor de la familia destruye el encantamiento de la malvada vieja Paví.
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Un comentario
Que está muy bonito el cuento
Y le doy 5 estrellas