Si te gustó la película de Klaus, disfrutarás con este cuento basado en el film de Sergio Pablos, una preciosa historia que ofrece un particular origen de Santa Claus. Un cuento que además está repleto de valores esenciales. Este cuento no te dejará indiferente. La película cuenta con un Bafta, nominación a la mejor película de animación en los Oscar y nominación a la mejor película de animación en los Goya.
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El cuento de la película Klaus, un cuento de Navidad para niños
Jesper Johansson era el hijo del director del Servicio de Correos. Lo tenía todo: vivía en una lujosa mansión, dormía sobre sábanas de seda… Su padre, cansado de que no quisiera hacer nada en la vida, decidió enviarle al cuartel del Servicio real de correos. Sin embargo, tampoco allí hizo nada. Su padre no tuvo más remedio que darle una lección y le dio un ultimátum:
– Jesper, no estoy dispuesto a ver cómo malogras tu vida sin hacer nada. Esta es tu última oportunidad… Tendrás que demostrarme que eres capaz de poner en marcha un servicio nuevo de correos. Para ello, tendrás un año para enviar un mínimo de 6.000 cartas. Pero no será aquí.. Sería demasiado fácil. Será en una isla, en la isla de Smeerensburg.
Resulta que Smeerensburg era una pequeña isla pequeña, aislada y fría. Situada al norte de Europa, era un lugar inhóspito, y según decían, habitado por una extraña población.
– Pero papá… no puedes hacerme esto. Soy tu pequeño, tu hijito… – protestó Jesper.
– No hay más que decir. Partirás ahora mismo.
Al padre de Jesper le dolía tener que ponerle una prueba tan dura, pero sabía que en el fondo, más tarde se lo agradecería.
Jesper llega a la extraña aldea
Y allá que se fue Jesper, protestando, hacia la isla más septentrional y oscura… El joven cartero, se dio cuenta enseguida de que aquello, más que una prueba, parecía un castigo.
Nada más llegar, a bordo de una pequeña barca, vio un grupo de casas grises y oscuras, cubiertas por hielo y nieve. Todo parecía en silencio… pero de vez en cuando vislumbraba la imagen de algún niño vestido de negro con miradas desafiantes, tristes o sarcárticas… O personas mayores que le miraban de reojo o que ocultaban alguna fechoría.
Alentado por el barquero, el bueno de Jesper tocó la campana que había en medio de la plaza, y de pronto, salieron hordas de personas que comenzaron a pelear entre ellas.
El pueblo estaba dividido en dos clanes, que se odiaban, y hacían todo lo posible por molestarse los unos a los otros. Al parecer, era la tradición. Y ninguno estaba dispuesto a perdonar ni a romper aquella extraña ‘armonía’.
Jesper entró huyendo de aquellas personas en la escuela del pueblo, pero en lugar de libros y puìtres, vio pescados a la venta. El olor de aquel sitio era horroroso, y tras el mostrador, conoció a la maestra, Alva.
El encuentro con Alva, la maestra
– Perdona… ¿qué es este lugar? ¿No se supone que es una escuela?
– ¿Escuela? ¿Tú viste a algún niño? ¡Son monstruitos! Ninguno de sus padres quiere mandar a la escuela a su hijo. ¿Cómo iba a estar sentado al lado de su enemigo?
Jesper no salía de su asombro. ¿Qué estaba haciendo en aquel espantoso lugar?
– ¿Y por qué no te fuiste?- preguntó entonces a la maestra.
– Eso intento. Gracias a este trabajo, intento ahorrar todo el dinero que necesito para salir de este sitio y buscarme una vida mejor…
Y entonces, la maestra le enseñó a Jasper un bote en donde guardaba un montón de monedas.
– Ya te queda poco…
– ¡Afortunadamente!
Resignado, el cartero dejó que el barquero le llevara hasta la que sería su oficina postal… y también su hogar. Era una casa con el tejado roto y gobernada por gallinas. Para ir al servicio, tenía que atravesar una lámina de madera suspendida en el aire y llena de nieve. El frío apenas le dejaba dormir.
Aún así, no se rindió. Trazó una línea en la pared con el número 6.000 como objetivo, para ir apuntando las cartas que necesitaba. Y salió a buscar correo casa por casa. Nada. Ninguno de los buzones tenía ni una sola carta.
– ¿Pero nadie quiere enviar una carta, un paquete, algo?… – protestó el cartero.
– Amigo, aquí solo tienen una cosa que decirse- respondió el barquero señalando a una de las vecinas, que tiraba en esos momentos un tiesto desde su balcón a una vecina del clan opuesto- Y parece que se entienden muy bien sin cartas…
El encuentro con el leñador
Jesper estaba desesperado. ¿Cómo conseguiría enviar 6.000 cartas en un lugar así? Entonces, una hoja llegó hasta él. Era el dibujo de un niño atrapado entre barrotes de una alta torre. La cara del niño en el dibujo era una cara triste.
– ¿Es tuyo el dibujo?- le preguntó al niño que miraba desde lo alto de la torre de la casa que tenía enfrente.
– Sí… ¿me lo puedes devolver?
– Ummm… podría mandártelo por correo.
– ¿Por correo? – Si me das un penique, meteré el dibujo en un sobre, pegaré un sello y lo meteré en el buzón para ti.
En ese momento, llegó el padre del pequeño, un hombre siniestro y acompañado por dos fieros perros. Asustado, el cartero se fue de allí corriendo.
Al día siguiente, fue buscando más buzones de correo por todas las casas más alejadas. Nada. Ninguna tenía una carta que enviar. Solo le quedaba por visitar la cabaña más lejana, la cabaña del leñador.
Tuvo que atravesar un duro camino hasta llegar, pero al fin, vio la cabaña de madera y llamó. Al no responder nadie, entró, con la mala suerte de quedar atrapado… y fue cuando descubrió que aquella cabaña estaba repleta de juguetes.
En ese momento llegó el leñador. Era un hombre enorme, muy corpulento, de larga barba blanca y semblante serio. Llevaba un hacha enorme con su nombre grabado en el mango de madera: ‘Klaus’.
Asustado, el cartero salió de allí corriendo.
– ¡No me mate, no me mate!- gritaba.
Pero en la huida, se le cayó el dibujo del niño de la torre y Klaus, al verlo, sintió que su corazón se encogía.
El regalo y la sonrisa del niño
Entonces fue al pueblo a buscar al cartero.
– ¿Sabes dónde está este niño?- le preguntó.
– Claro…
Y Jesper le llevó hasta la casa del torreón. Klaus llevaba en la mano un paquete y le pidió a Jesper que lo entregara sin ser visto.
– ¿Eres cartero, no? Pues lleva el paquete… – le dijo Klaus.
El pobre Jesper intentó no hacer ruido. ¡Tenía pánico hacia el padre del pequeño! Dejó el paquete en el salón y se fue corriendo, justo cuando el padre del niño oyó ruidos y salió en su busca. Afortunadamente consiguió salir de allí sin que le viera nadie. El pequeño descubrió el regalo, lo abrió… y su cara se iluminó de felicidad. ¡Era un juguete! ¡Una pequeña rana saltarina! Tenía el nombre de Klaus grabado…
Su risa resonó en toda la casa. Y Klaus, que miraba por la ventana, sonrió. El niño le vio por un segundo, solo un segundo. Y descubrió junto al paquete su dibujo… Al día siguiente, se lo contó a todos los niños de la aldea.
– Si mandas un dibujo o una carta al señor Klaus… ¡te manda un juguete!
La oficina del cartero se llenó de niños que querían mandar una carta.
– ¡Fantástico!- exclamó eufórico Jesper, que por fin había encontrado la forma de cumplir con su tarea.
Fue cargado de cartas hasta la cabaña de Klaus, y aunque al principio el hombre se mostró bastante reticente a enviar un juguete a todos esos niños, de pronto algo le hizo cambiar de opinión: un remolino de viento que se formó alrededor de Jesper, y que Klaus vio como una señal de su querida Lidia…
La ilusión de los niños
Klaus accedió. Acudían al pueblo de noche, y Jesper se encargaba de dejar los regalos sin ser visto. Y desde ese día, los niños hacían cola para pedir sus regalos. Todos hablaban entre ellos:
– Te deja un juguete junto a la chimenea…
– Se llama Klaus y nadie le ha visto nunca.
– Solo viene cuando estás dormido…
– Dicen que es enorme… ¿cómo entrará por la chimenea?
– ¡Es magia!- decía otro.
– Yo vi el trineo tirado por renos volar- exclamó uno de los niños.
Y era cierto… Como cada vez tenía que llevar más regalos, Jesper y Klaus tuvieron que atar al carruaje unos cuantos renos, y en uno de los viajes, por un sabotaje de los adultos de ambos clanes, perdieron las ruedas y de un impulso, su entonces trineo pareció volar…
Uno de los niños era especialmente travieso, y Jesper contestó a su carta dejando carbón en lugar del regalo pedido. Se enfadó mucho, pero entonces Jesper le explicó que Klaus lo veía todo y que solo premiaba a los niños que se portaban bien. Desde entonces, todos los niños de Smeerensburg comenzaron a obrar el milagro. Se ayudaban, cooperaban, hacían tareas y hasta volvieron al colegio para aprender a leer y a escribir.
La maestra entonces empezó a sentir de nuevo la vocación, e invirtió el dinero que estaba ahorrando para irse allí, en arreglar el colegio.
Klaus decía mucho una frase que a Jesper se le quedó grabada: «un acto de generosidad sincera recibe otro gesto de generosidad». Y era cierto. El pueblo estaba cambiando y eso, a los mayores, no les gustó nada.
Comenzaron a idear la forma de pararlo. ¡Querían seguir con su tradición de odio y peleas entre clanes! Y descubrieron que en realidad Jesper necesitaba llegar a 6.000 cartas enviadas para salir de allí. Y comenzaron a escribir cartas para llegar a ese tope.
Márgu, la esquimal
Mientras, el cartero llevó a la maestra a una pequeña niña esquimal. Le visitaba con mucha frecuencia. Le había llegado la noticia de la existencia de Klaus y ella también quería un regalo, pero no hablaba su idioma.
Alva ayudó al cartero a comprender a la niña. Se llamaba Márgu y soñaba con tener un trineo con forma de barco. Pero cuando Jesper fue a pedir ayuda al leñador, descubrió que ya no le quedaban más juguetes.
– ¡Hagamos más! ¡Produzcamos más juguetes y los mandaremos también fuera de este poblado!
Klaus se negó.
– ¡Ya no hago juguetes!
Estaba muy dolido, y salió a seguir colgando de los árboles casas para pájaros. Era lo único que hacía ahora…
Sin embargo, de nuevo el remolino de viento le indicó el camino hacia su cabaña y el lugar en donde estaban los juguetes, y en donde había algo especial, una escultura con dos pequeñas figuras que representaban a Lidia, su mujer, y a él mismo.
Apenado, regresó al pueblo para decirle a Jesper que sí, que seguiría haciendo juguetes. Encontró al cartero derrumbado por el cansancio. Había pasado horas intentando hacer el juguete de Márgu. Era un auténtico desastre… y él decidió hacerlo de nuevo. Jesper despertó y le ayudo. Klaus le contó su triste historia… el amor que sentía por su querida Lidia, lo que deseaban tener hijos.. Él comenzó a fabricar juguetes para cuando nacieran y los fue amontonando en la cabaña. Pero los hijos nunca llegaron y su mujer enfermó y murió…
Al día siguiente de trabajar en el juguete de Márgu, llevaron el regalo hasta el poblado esquimal de la pequeña. Su cara al descubrir el regalo irradiaba felicidad. ¡Era un trineo precioso, con una vela de barco!
La ayuda de los esquimales
Y como todo gesto de generosidad devuelve otro… a los pocos días, varias personas del poblado esquimal, se presentaron en la cabaña de Klaus, quien había decidido junto con Jesper, preparar juguetes para la Navidad. ¡¡Les querían ayudar!!
Entre todos, incluida Alva, la maestra, consiguieron fabricar decenas y decenas de juguetes para entregar en la Nochebuena. Pero en ese momento, llegó el padre de Jesper, quien había recibido el mensaje de que su hijo ya había mandado más de 6.000 cartas desde allí.
– ¡Felicidades, hijo mío! ¡Estoy muy orgulloso! ¡Más de 6.000 cartas en menos de un año!
– Pero… no puede ser…
Y entonces Jesper vio la sonrisa maliciosa de los líderes de los dos clanes y se dio cuenta de que habían sido ellos.
Pero entonces, sintió que algo se rompía en su corazón. No quería irse. No en ese momento.
Justo cuando estaba a punto de partir, le confesó a su padre lo que hacía allí… lo que habían conseguido cambiar en aquella aldea, cómo ahora los niños sonrían… Su padre, orgulloso, se despidió de él y Jesper fue corriendo a ayudar a sus amigos.
En ese momento, cargaban una enorme bolsa con regalos sobre el trineo y los líderes de los clanes enemigos se lo querían impedir.
Comenzó una terrible persecución, tan peligrosa, que a punto estuvo de causar la muerte de la hija del líder de uno de los clanes. Justo cuando iba a caerse por un precipicio, el hijo de la lideresa del otro clan, la salvó, y se dieron cuenta de que estaban hechos el uno para el otro.
Los dos clanes entendieron que había llegado el momento de sellar la paz. Y Klaus y Jesper pudieron entregar esa noche de Nochebuena los regalos a todos los niños.
Desde entonces, cada año repartían por Navidad, regalos a todos los niños. Los esquimales les ayudaban. Doce años seguidos mantuvieron esta tradición hasta que una fría mañana de invierno, Klaus sintió la llamada de su mujer… y se alejó andando por el bosque. Nunca más le vieron. Nunca le encontraron.
Pero cada Nochebuena, Jesper le podía ver, sonriendo desde su trineo tirado por renos. Y cada Navidad desde entonces, todos los niños del mundo reciben un regalo.
Reflexiones sobre el cuento de Klaus
Esta preciosa historia de Navidad nos deja algunos mensajes realmente fascinantes:
- Todo gesto de bondad desencadena otro: Una de las frases que se repiten en la película varias veces es ‘un acto sincero de generosidad genera otro’. Y es así. De generosidad o de bondad. Ambos, generan otro acto de vuelta, que llega gracias al valor de la gratitud. Por eso, el pueblo esquimal, agradecido ante el gesto que había tenido Klaus con la pequeña Márgu, decide ayudarle a fabricar juguetes. Y un acto de bondad, el del hijo de la lideresa de uno de los clanes con la hija del líder del clan enemigo, es el que consiguió que la bondad se instalara para siempre en el pueblo de Smeerensburg.
- Busca tu felicidad: El protagonista podía haberse ido de aquella aldea. Consiguió la meta de las 6.000 cartas enviadas y aún así, decidió quedarse. Y lo hizo porque en aquel lugar, por primera vez en su vida, se sentía feliz. Allí estaba su hogar verdadero, aún sin mansión ni sábanas de seda. Tenía la mejor compañía y se sentía tremendamente valioso.
Más reflexiones sobre este precioso cuento de Navidad
- La ilusión que lo cambia todo: En realidad, el motor que consiguió poner en marcha al triste y apagado poblado, fue el motor de la ilusión. Los niños, por primera vez, se sentían emocionados con algo que les hacía olvidar que no podían hablar ni jugar con los niños del clan enemigo. A todos les unía una misma ilusión. Comenzaron a darse cuenta de que era más divertido hacer el bien que hacer el mal. Y ese fue el punto de inflexión para que todo cambiara.
«Un acto sincero de generosidad, genera otro…»
(Klaus)
- La generosidad que nos hace felices: Klaus era un hombre triste y apagado… Su único amor falleció sin que pudieran tener hijos, su gran ilusión. Sin embargo, la felicidad de aquellos niños le devolvió la ilusión. Sintió que todos ellos eran sus hijos, que cada sonrisa de esos niños, hacía sonreír a su mujer… Que cada regalo que entregaba, hacía más feliz a Lidia… Klaus dejó el sufrimiento a un lado y por fin comenzó a vivir. Todo tenía sentido. La felicidad de los niños era justo lo que necesitaba para seguir viviendo.
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