Aquí tienes un cuento poco conocido del gran Hans Christian Andersen: Colás el Chico y Colás el Grande. Se trata de una historia asombrosa repleta de aventuras, que nos habla de las consecuencias de la envidia, el rencor o la avaricia. Encontrarás también un comentario final sobre los mensajes que transmite este cuento largo.
TIEMPO DE LECTURA: 20 MINUTOS
La increíble historia de Colás el Chico y Colás el Grande
Dio la casualidad que en un pueblo vivían dos hombres que tenían el mismo nombre: Colás. Sin embargo, uno de ellos era rico y tenía cuatro caballos, mientras que el otro, que era pobre, solo tenía uno. Por eso, al rico le llamaban Colás el Grande y al pobre, Colás el Chico.
Dicen que esta historia que os voy a contar es real, y sucedió de esta manera: resulta que Colás el Chico tenía que arar las tierras de Colás el Grande todos los días menos uno. Además, durante esos días, le prestaba a Colás el Grande su único caballo. Sin embargo, el domingo, Colás el chico aprovechaba para trabajar su tierra y Colás el Grande le prestaba sus caballos.
¡Teníais que ver lo que presumía de caballos Colás el Chico los domingos! Sonaban las campanas de la iglesia, y según pasaban todos los vecinos, él gritaba:
– ¡Mirad mis hermosos caballos!
Colás el Grande, enfadado, le dijo uno de esos domingos:
– No digas eso. Tú sabes que solo tienes un caballo. El resto, son míos.
– Está bien, no lo volveré a decir- mascullaba Colás el Chico.
Pero no podía evitarlo, y de nuevo volvía a gritar:
– ¡Qué hermosos caballos tengo!
– Te lo advierto por última vez- le dijo Colás el Grande- Como lo repitas de nuevo, mato aquí mismo al único caballo que tienes de verdad.
El pobre Colás el Chico no lo hacía adrede, pero olvidó lo que le había dicho el Grande y volvió a presumir de caballos. ¿Y qué hizo Colás el Grande? De un mazazo, acabó con el caballo de Colás el Chico.
La piel del caballo
– ¡Ay!- se lamentaba él- ¡Me quedé sin mi único caballo!
Y muy triste, le quitó la piel al animal y la metió en una bolsa.
– Al menos intentaré vender su piel en el mercado.
Y Colás el Chico se fue andando hacia el pueblo. Pero como el bosque que tenía que atravesar era muy grande y estaba anocheciendo, el pobre hombre se perdió. Cansado, vio a lo lejos una pequeña casa de campo y pidió morada. Pero abrió una mujer que le echó de allí diciendo que su marido estaba fuera y no podía acogerle.
Junto a esa casa había una montaña de heno, y al lado, un cobertizo con el techo de paja que se comunicaba con la casa:
– Bueno, puedo dormir en el tejado de este cobertizo. No creo que moleste a nadie.
Y allí se subió, con su bolsa con la piel de caballo. Y ya arriba, se dio cuenta de que podía ver por una rendija el interior. Vio una mesa en el centro de una habitación, con carne y pescado en unos platos. La mujer que le echó estaba sentada junto al sacristán, quien no dejaba de mirar el suculento pescado.
– Pero si hay hasta un pastel- dijo asombrado el chico al ver el dulce sobre la mesa- ¡Menudo banquete!
Pero de pronto escuchó un caballo acercarse: era el marido de la mujer, que era un hombre muy bueno, pero tenía un pequeño defecto: ¡odiaba a los sacristanes! Por eso, el sacerdote, que era amigo de la mujer, la había visitado creyendo que no estaba el marido.
El brujo del saco
Al oír que se acercaba, la mujer escondió al sacristán en un arcón vacío, y metió todos los alimentos en el horno. El vino, también lo escondió en un armario.
– ¡Qué pena de banquete!- pensó Colás al ver que la mujer lo escondía todo en el horno.
El hombre, al verle allí en el tejado, le dijo:
– ¿Pero qué haces ahí arriba, muchacho?
– Me perdí en el bosque y no encontré ningún lugar donde dormir.
– Ese es un lugar incómodo para pasar la noche. Entra conmigo en la casa y cenaremos juntos.
Colás estaba muy agradecido. La mujer les sirvió una sopa. Y estaba buena, pero el chico no podía dejar de pensar en la carne, el pescado y el pastel. Entonces, se le ocurrió una idea. Pisó el saco con la piel de caballo que había dejado bajo la mesa y al instante hizo un extraño ruido.
– ¿Qué sonido es ese?- dijo el campesino- ¿Qué llevas en la bolsa?
– ¡Chsss! Es un brujo. Habla en su idioma, pero yo le entiendo- respondió Colás.
– ¿Y qué dice?- preguntó algo extrañado el hombre.
– Pues dice que no sabe por qué estamos comiendo sopa, con el asado, el pescado y el pastel que hay en el horno.
– ¿Qué dices?- dijo el hombre levantándose y abriendo el horno. Y sí, allí estaba todo… ¡Era magia!
Los dos comenzaron a comer el sabroso manjar, bajo la inquieta mirada de la mujer. Entonces, Colás volvió a pisar la piel de caballo y de nuevo sonó el extraño ruido.
– ¿Y ahora qué dice el brujo?- preguntó el campesino.
Las cinco monedas de plata
– Ay, viejo diablo… dice que hizo aparecer para nosotros unas botellas de vino y que las encontraremos en el armario.
La mujer no podía creer lo que veía. ¿Cómo sabía Colás que ahí había vino? Y después de beber un buen rato, el campesino le dijo a Colás:
– ¿Por qué no le pides al brujo que nos muestre al diablo? Me gustaría ver cómo es.
– Pues claro, puedo pedírselo.
Y acercándose a la bolsa, dijo:
– Me piden que nos muestres al diablo. Apretó la piel para que sonara.
– ¿Qué ha dicho?- preguntó el campesino.
– Uff… Dice que es muy feo.
– ¿Cómo de feo?
– Que se parece a un sacristán.
– ¡Pues sí que es feo el diablo! Pero igualmente quiero verlo.
– Está bien. Me ha dicho que abras ese arcón y lo verás- dijo Colás el Chico señalando el lugar donde estaba escondido el sacristán.
El campesino se acercó, abrió con cautela la tapa y dio un brinco del susto que se llevó.
– ¡Por Dios! ¡Si que parece un sacristán! ¡Qué feo es el diablo!
Ya satisfecho, siguieron bebiendo, y el campesino le dijo a Colás:
– ¿Me venderías el brujo? Me he encaprichado de él. Te doy cinco monedas de plata.
– Vaya, no sé, no sé… Será una gran pérdida para mí… Pero está bien, sea pues. Te vendo el brujo por cinco monedas de plata.
– Y llévate también el arcón, no sea que siga dentro el diablo.
El sacristán y las monedas de plata
Colás se fue contento de la casa, con sus monedas de plata y un arcón con el sacristán dentro. El campesino le regaló además una carretilla para llevar el arcón. Y andando y andando, llegó nuestro hombre a un río muy profundo y caudaloso. Vio un puente para cruzarlo, y cuando ya estaba por la mitad, dijo en voz alta:
– ¡Uff!, ¡Cómo pesa este arcón! Lo tiraré al río. Si llega hasta mi casa, bien, y si no, pues mala suerte…
Levantó un poco el arcón para que el sacristán pensara que iba en serio y el hombre gritó desde dentro:
– ¡Alto, alto! ¡No lo haga! ¡Me ahogaré!
Colás el Chico se hizo el sorprendido:
– Pero, ¿qué es esto? ¿Que el demonio sigue dentro? Pues tiraré el arca deprisa.
– No, espera, te pagaré.
Colás abrió el arcón, y el sacristán le dijo:
– Si me dejas libre, te daré cinco monedas de plata.
– De acuerdo. dijo entonces Colás el Chico.
Acompañó al sacristán a su casa y recibió las cinco monedas de plata.
– Pues sí que he vendido bien la piel de mi caballo– dijo contento según regresaba a su casa.
Colás el Chico quería saber el valor de sus monedas, y pidió a Colás el Grande un medidor de dinero. Este, extrañado, untó con pegamento el fondo, para saber qué quería medir su vecino, tan pobre como era… Al recibir el medidor de vuelta, se encontró con una moneda de plata pegada al fondo. Y fue enseguida a preguntar a su vecino:
– ¿De dónde sacaste el dinero?
– Oh- respondió sorprendido Colás el Chico- Vendí muy bien mi piel de caballo. Diez monedas de plata conseguí por ella.
– ¡Válgame el cielo! ¡Pues sí que las pagaron bien!
Los cuatro caballos
¿Y qué hizo Colás el Grande? Mató a sus cuatro caballos y se fue con sus pieles al pueblo.
– Vendo pieles de caballos! ¡Diez monedas de plata cada una!- gritaba Colás el Grande.
Los vecinos del lugar le miraban extrañados:
– ¿Diez monedas de plata por una piel de caballo? ¿Nos tomas por estúpidos?
Y persiguieron a Colás el Grande con palos para darle una lección:
– ¡No te burlarás de nosotros!- Gritaban.
Colás el Grande salió corriendo, claro, y lleno de odio, fue directo a casa de Colás el Chico para vengarse de él.
Resulta que ese mismo día, la abuela de Colás el Chico había fallecido. Y como su nieto la quería mucho, la acostó en su cama para llevarla al día siguiente a enterrar. Colás el Grande, como estaba la casa a oscuras, pensó que era él quien estaba en la cama y ¡zas!, le pegó un golpe tremendo con un palo en toda la cabeza.
– Qué malvado que es este Colás el Grande- se dijo Colás el Chico- ¡Si llego a estar yo ahí, me parte la cabeza…!
A la mañana siguiente, Colás el Chico pidió a un vecino prestado un caballo y enganchó su carro. Colocó a su abuela en el asiento trasero como si estuviera sentada y se dirigió al bosque. Allí paró en una venta, y se acercó a la barra:
– Buen hombre- le dijo al ventero Colás- ¿Podrías llevar un refresco a mi abuela, que está en el carro? La tienes que gritar, porque está un poco sorda…
La abuela de Colás el Chico
El hombre accedió y salió con el refresco. Se acercó a la anciana y le gritó:
– ¡Abuela, aquí tiene su limonada!
Como no respondía, volvió a gritar, aún más fuerte:
– ¡Abuelaaaa! ¡Que aquí tiene su limonadaaaaa!
Pero nada, ni se inmutaba. Enfadado, el hombre le arrojó la limonada a la cara. En esto que llegó Colás el Chico, y asustado, le dijo:
– ¡Pero qué ha hecho! ¡Que mi abuela estaba enferma del corazón y le ha dado un susto que le ha matado!
– Ay, ¡no, por Dios! ¡No me digas! Ha sido un accidente… Te doy cinco monedas de plata si no dices nada. La enterraré yo mismo con mucho cuidado.
– Está bien- respondió Colás el Chico- Así quedaremos en paz…
Regresó tan contento Colás el Chico a su casa con las monedas, y de nuevo pidió a Colás el Grande el medidor de dinero.
– ¿Cómo? ¡Pero si le había matado!- gruñó Colás el Grande. Allá que fue a casa de su vecino:
– ¿Cómo es que estás vivo? ¿Y de dónde sacaste el dinero?
– Calma, vecino… A quien golpeaste fue a mi abuela, que ya estaba muerta. La vendí en el pueblo por cinco monedas de plata.
– ¿Cómo? ¿Que te compraron a tu abuela muerta?
La abuela de Colás el Grande
¿Y qué hizo Colás el Grande? Mató a su abuela y fue a casa del boticario:
– Te vendo a mi abuela muerta por cinco monedas de plata.
– ¿Cómo dices? ¿Tu abuela? ¿De qué murió?
– La maté yo mismo- dijo sin más Colás el Grande.
– ¡Dios mío! ¡Estás loco!- dijo asustado el boticario- Será mejor que huyas antes de que se entere alguien. Te cortarían la cabeza por lo que hiciste.
Colás el Grande de nuevo sintió que su vecino le había engañado.
– ¡Te vas a enterar! ¡Me las pagarás!- gritaba furioso según regresaba a su casa.
Buscó un saco grande y fue a casa de Colás el Chico.
– Por dos veces me engañaste- dijo al verle- Una, con los caballos, y otra, con tu abuela. Y esto me lo tendrás que pagar.
Y Colás el Grande metió a Colás el Chico en el saco y lo cerró bien.
– ¡Ahora te voy a ahogar!- dijo mientras caminaba hacia el río. Pero a mitad del camino, pasó por la iglesia, y decidió Colás el Grande pasar un momento. Dejó el saco afuera y en esto que pasó por allí un anciano con un montón de vacas.
Colás el Chico se lamentaba:
– Ay, qué vida tan cruel… Siendo tan joven y tener que abandonarla tan pronto…
A lo que el anciano, que le oyó, respondió:
– Y yo sin embargo, que quiero dejarla ya, y no hay manera…
– Pues entonces, abre el saco y métete aquí en mi lugar y en nada estarás en el Paraíso- le dijo desde dentro del saco Colás el Chico. Y eso hizo el anciano.
La historia del río
– Solo te pido una cosa… que cuides de mis vacas– le dijo el anciano antes de que Colás el Chico la cerrara.
El joven se fue con las vacas y Colás el Grandes, al salir de la iglesia, recogió el saco.
– Vaya, me parece hasta más ligero– dijo Colás el Grande, quien fue derechito al río y ‘zas!, tiró el saco.
– Así ya no te burlarás nunca más de mí- dijo.
Pero, menuda sorpresa se pegó Colás el Grande al encontrarse a su vuelta con Colás el Chico, en mitad de un camino y con un montón de vacas.
– Pero… ¿Qué es esto? ¿Cómo que estás vivo, si te arrojé al río?
– Claro- respondió tranquilo su vecino- Pero no vas a creer lo que me pasó en el río… La bolsa se hundió a lo más profundo, y de pronto, una muchacha muy hermosa, vestida de blanco y con una diadema verde, me dejó salir y me dijo que me regalaría unas vacas. El fondo del mar es como la hierba de la tierra. Hay un camino muy largo y los peces pasan por tu lado como si fueran aves… Me dio las vacas la chica y me dijo que más adelante tendría más…
– ¿Y por qué subiste a la tierra si tan bien estabas en el fondo del río?
– Porque quería llegar antes a por el resto de vacas y sabía que tardaría menos así…
– ¡Qué maravilla! ¿Y tú crees que a mí también me darían vacas si bajo al fondo del río?
– Claro. Seguro que sí…
– Pues lánzame y espero que esta vez no intentes engañarme.
Los dos Colás fueron al río y Colás el Grande entró en un saco.
– Mete una piedra grande no sea que flote y se eche todo a perder…- le dijo a Colás el Chico.
Bien atado el saco, Colás el Chico lo lanzó con toda su fuerza al río.
– Ale, dudo mucho de que encuentres vacas, vecinito- dijo mientras daba la vuelta y se marchaba con sus animales a casa.
Reflexiones sobre el cuento de Colás el Chico y Colás el Grande
El karma, dirían unos… Justicia divina, dirían otros… Sea como sea, el ingenio de Colás el Chico se ve recompensado a lo largo de esta historia, mientras que la mala fe del otro Colás, termina siendo castigada.
- Premio a la bondad, castigo a la maldad: En realidad, Colás el Chico no tenía gran cosa, más que su inteligencia y la ‘buena fe’ con la que obraba. Sin embargo, su vecino, Colás el Grande, era envidioso, codicioso y además, poco inteligente. Se dejaba guiar por sus impulsos y el odio y el rencor le jugaron una mala pasada.
- El ingenio para salir de un problema: Si te das cuenta, Colás el Chico iba saliendo de todos sus problemas a base de ingenio. Tenía excelentes ideas para salir beneficiado de un problema. Y es que a veces las situaciones difíciles también pueden ser una gran oportunidad para mejorar nuestra situación.
«La envidia, la codicia y la sed de venganza nos conducen siempre por mal camino»
— (Reflexiones sobre Colás el Chico y Colás el GRande)
- A dónde nos lleva la envidia y la venganza: El problema de Colás el Grande es que sentía una tremenda envidia de su vecino, a pesar de que éste era pobre. Estaba compitiendo constantemente con él para ver si le superaba en riquezas materiales. La vanidad y la codicia pudieron de su parte, pero la sed de venganza le llevaron a la perdición.
- La avaricia que nos ciega: Al final de esta historia, Colás el Grande se creyó algo realmente imposible de creer. Pero la avaricia por tener él también una manada de vacas, le cegó hasta tal punto que creyó lo inverosímil y terminó por dejarse lanzar al río. Y ya sabes que la avaricia rompe el saco…
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