¿Sabes cómo consiguió el canguro el aspecto que tiene hoy? Este maravilloso cuento de Rudyard Kipling (1865-1936), ‘La cantinela del viejo canguro’, nos lo explica. Resulta que antes era un animal con las patas muy cortas, pero algo hizo que le crecieran las patas traseras, al tiempo que perdía parte de un gran defecto… el del orgullo. ¿Quieres saber qué pasó? ¡Te lo contamos!
TIEMPO DE LECTURA: 5 MINUTOS
Un precioso cuento sobre el orgullo : La cantinela del viejo canguro
Hace años, muchos años, el canguro no era como hoy lo conocemos. Era gris, lanudo y tenía cuatro cortas patas. Pero sobre todo, poseía un orgullo desmesurado.
Un día acudió a ver al pequeño dios Nqa. Eran las seis de la mañana. Y sin más le pidió lo siguiente:
– Antes de que den las cinco, quiero que me hagas diferente al resto de animales.
Pero Nqa, que ni había desayunado todavía, dio un respingo y dijo:
– ¡Déjame en paz!
Y el canguro, orgulloso como era, no suplicó más. Dio media vuelta, comenzó a bailar sobre las rocas, y fue en busca del dios mediano, Nquing. Llegó a las ocho en punto, justo después del desayuno. Y sin más, le dijo:
– Antes de que sean las cinco, hazme un animal diferente al resto. Y hazme también extraordinariamente popular. Pero todo antes de las cinco.
Y el mediano dios Nquing dio un respingo y dijo:
– ¡Déjame en paz!
Pero el canguro gris y lanudo, siendo desmesuradamente orgulloso, ni se molestó. Bailó sobre un arenal cercano y fue en busca del gran dios Nqong.
Llegó a las diez de la mañana, justo antes del almuerzo. Y le dijo:
– Antes de las cinco de la tarde, hazme diferente al resto de animales, extraordinariamente popular… y rápido, muy rápido. Recuerda, antes de las cinco.
Y Nquong dio un brinco, y dijo:
– Está bien. Lo haré.
Lo que le pasó al viejo canguro
El dios llamó entonces a Dingo, un perriamarillento que siempre estaba hambriento, y le dijo:
– Dingo, ¿ves aquel animalejo gris y lanudo que baila sobre un foso de cenizas? Quiere ser muy popular y veloz, muy veloz. ¿Puedes ayudarle?
– ¿Esa cosa gaticonejada que baila, dices? Con mucho gusto lo haré…
Y el perriamarillento que siempre estaba hambriento, corrió a la caza del canguro. Y el canguro gris y lanoso salió corriendo a la mayor velocidad que le permitían sus cortas patas. ¡No tenía más remedio!
Cruzó corriendo cual conejo el desierto, luego las montañas, las salinas y los juncares. También las praderas de hierba. Corrió hasta que le dolieron las cortas patas delanteras. Pero el dingo perriamarillento, siempre hambriento, no dejaba de correr tras el canguro, y él también tuvo que seguir corriendo. ¡No tenía más remedio!
Atravesó bosques de árboles enormes, campos de húmeda hierba, hasta los trópicos de Cáncer y de Capricornio, corrió hasta que le dolieron las cortas patas traseras. Pero Dingo perriamarillento seguía hambriento, y no dejaba de correr. Y ambos continuaron corriendo hasta llegar al río Wollgong.
No había puente ninguno para cruzar. Ni barca, ni barquero. Así que el canguro se impulsó sobre sus doloridas patas traseras y dio un tremendo salto. ¡No tenía más remedio!
Cómo le crecieron las patas al viejo canguro
Y siguió saltando. Saltó sobre astillas, saltó sobre rocas, saltó sobre matorrales. Saltó sobre la arena del desierto australiano. Saltó como un canguro. Primero un metro, después tres. Saltó hasta cinco metros. Sus patas se fueron alargando y fortaleciendo.
Y aunque deseaba descansar, no podía hacerlo, porque Dingo, el perriamarillento, siempre hambriento, no paraba de correr, y andaba algo desconcertado, preguntándose cómo se las apañaba el canguro para saltar tanto. Y es que saltaba como un grillo, como un guisante en la sartén o como una pelota nueva en el cuarto de los niños. Porque… ¡no tenía más remedio!
Levantaba las patas delanteras y saltaba con sus largas patas traseras. Estiraba la cola al saltar para no perder el equilibrio. Y así, a grandes saltos, atravesó las colinas Darling. ¡No tenía más remedio!
Dingo, el perriamarillento siempre hambriento, se preguntaba cuándo pararía de saltar el dichoso canguro. Y el canguro por su parte se preguntaba cuándo pararía el dichoso perriamarillento de perseguirlo. Hasta que dieron las cinco.
Justo entonces, apareció de un brinco el gran dios Nquong. Y Dingo perrohambriento paró, se sentó y aulló. Y el viejo canguro dejó de saltar. Y al fin se sentó, con su cola estirada hacia atrás.
– ¡Gracias a Dios que terminó todo!- suspiró.
La lección al viejo canguro
– ¿Cómo?- preguntó el gran dios Nquong- ¿Es que no estás agradecido a Dingo perriamarillento? ¡Con todo lo que ha hecho por ti!
Y el cansado y viejo canguro respondió:
– Me ha hecho correr por todos los lugares de mi infancia, me ha hecho perder las horas de mis comidas, y ha hecho que cambie tanto que ahora no podré regresar.
– ¡Vaya! ¿No me pediste que cambiara tu forma antes de las cinco? Eso hice…
– Pero pensé que sería de inmediato, con algún tipo de conjuro, no así…
– Si no te gusta, puedo devolverte tus antiguas patas. Solo tengo que silbar a Dingo y…
– ¡No, no! Las patas traseras están bien así. Lo que quiero decir es que estoy realmente hambriento. No he podido comer nada en todo el día.
– Lo mismo me pasa a mí- dijo entonces Dingo perriamarillento- Vacío estoy de correr y correr todo el día. ¿Qué puedo comer?
– Venid a preguntar mañana, que ahora me voy a lavar- dijo dando media vuelta el dios Nquong.
Y en el centro del desierto australiano se quedaron el viejo canguro y Dingo perriamarillento, diciéndose el uno al otro:
– ¡Por tu culpa!
Qué temas podemos trabajar con el cuento de La cantinela del viejo canguro
Utiliza este maravilloso cuento sobre el viejo canguro para reflexionar sobre:
- El orgullo.
- La humildad.
- El valor del esfuerzo y sus recompensas.
- La soberbia.
Reflexiones sobre el cuento de La cantinela del viejo canguro
El orgullo puede ser ‘constructivo’ hasta cierto punto. Más allá de ese punto, se convierte en enemigo de nosotros mismos. Hablamos de ese orgullo nos hace perder oportunidades y recompensas. Que nos lleva a sufrir innecesariamente. La única cura para ese orgullo es la humildad. O una buena lección como la que sufrió en sus propias carnes el viejo canguro de esta historia:
- El orgullo. ¿Cuándo es dañino?: El protagonista de esta historia, el viejo canguro, poseía un orgullo que le hacía ‘exigir’ ciertos favores sin más. Además, es el mismo orgullo que le incapacitaba para reconocer una derrota. «¿Derrotado yo?», pensaba el viejo canguro, «¡nunca!». Por eso, cuando los dos primeros dioses no atendieron a su extraña petición, lo que hizo, lejos de entristecerse, fue bailar.
El orgullo es necesario hasta cierto punto. Es esa emoción que nos hace felicitarnos a nosotros mismos por los logros conseguidos, que nos aporta autoestima. Pero siempre y cuando sean fruto del esfuerzo. Y esto es lo que el último dios enseñó al viejo canguro. Podía estar orgulloso y disfrutar de su cambio, tal y como él deseaba. Pero era un logro que había conseguido a través del esfuerzo. El otro orgullo, el orgullo con el que el viejo canguro pidió a los dioses que le concedieran su deseo, no era más que vanidad y arrogancia.
«El orgullo ‘constructivo’ es aquel que nos aporta autoestima al reconocer los logros que llegaron a través de nuestro esfuerzo»
(Reflexiones sobre el cuento de ‘La cantinela del viejo canguro’)
Más reflexiones sobre el cuento de Kipling
- Una cura de humildad: A menudo el orgullo denota un sentimiento de superioridad, de prepotencia. «¡A mí, el viejo canguro, deben escucharme los dioses y concederme de inmediato mi deseo», pensaría el protagonista de este cuento. ¿Cómo no iban a responder los dioses a su petición, con lo importante que él se sentía? Además fue aumentando sus peticiones. Cada vez que le rechazaban, él se crecía más y más…
Ese orgullo le llevó hasta un dios que pudo ver su verdadero problema (que no era tener unas patas cortas) y que además supo cuál debía ser la ‘cura’. Una buena lección de humildad, que llegó a través del esfuerzo, para enseñar al viejo canguro que las cosas (sobre todo la transformación de uno mismo) se consiguen por méritos propios, y nunca como un regalo.
Para cambiar, hay que hacer algo, y supone un esfuerzo, una perseverancia (recuerda que el viejo canguro no dejaba de correr). Aunque a veces ese pequeño empujón para esforzarnos y entender que el orgullo debe llegar por lo que conseguimos por nuestros méritos, viene a partir de la necesidad. Es decir, cuando ‘no queda más remedio’.
«Los cambios llegan a través del esfuerzo, de la perseverancia… Las dificultades y los obstáculos nos ayudan a cambiar y a crecer»
(Reflexiones sobre ‘La cantinela del viejo canguro’)
Una última reflexión sobre este precioso cuento
- Las dificultades nos ayudan a cambiar y a crecer: El viejo canguro cambió finalmente su forma, tal y como deseaba, pero lo hizo ‘empujado’ por una necesidad, un peligro. Dingo perriamarillento le perseguía para comérselo y no le quedaba otra que correr y correr, esforzarse y perseverar. Las circunstancias, el instinto de supervivencia, le obligaron a ello. Y así es cómo nosotros hacemos lo mismo que el viejo canguro, cambiar y buscar la salida ante un obstáculo. De ahí que la vida tenga que llegar con dificultades y problemas. Si fuera placentera y nunca nos enfrentáramos a ningún obstáculo, nunca aprenderíamos a evolucionar y cambiar, a adaptarnos y avanzar.
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