La ciudad de la empatía. Cuento con valores para niños

Te ofrecemos un cuento realmente hermoso, que habla de un valor esencial muy necesario. ‘La ciudad de la empatía’ es un cuento con valores que nos habla, evidentemente, del valor de la empatía. ¿Qué es? ¿Por qué es tan importante? Descubre el relato y las reflexiones finales en donde se explica el mensaje de esta bella historia.

TIEMPO DE LECTURA: 12 MINUTOS

El cuento de la ciudad de la empatía

Cuento infantil 'La ciudad de la empatía'
Cuento ‘La ciudad de la empatía’

Hugo y Anita llevaban todo el día discutiendo: que si me tocaba a mi usar el catalejo, que si ahora te quedas sin ayudar al capitán con el mapa…

– Eres un mandón, Hugo- gritó Anita con lágrimas de rabia en los ojos.

– Y tú una llorica- respondió burlón su hermano.

Martina, la mamá de los niños, que lo estaba oyendo todo desde proa, corrió a poner paz en aquella pelea entre hermanos:

– A ver, chicos, dejad de pelear. ¿No os dais cuenta de que estáis todo el día igual? Gritando, ‘chinchando’ y espiando al otro a ver qué hace mal para luego echárselo en cara. Deberíais tener un poco de empatía.

– ¿ Em- pa- quéeee? – intentó repetir Anita sin éxito.

Pues empatía, pequeñaja, ¿ves como no te enteras?- volvió a atacar Hugo.

Y antes de que su madre les recriminara, llegó León, el capitán del barco, se plantó junto a ellos y puso esa cara de miedo que sólo él sabía poner: ceja derecha más alta, arruga de la frente hundida y requeté hundida y los labios apretados. Oh oh… señal de que iba a decir algo espeluznante.

– Ejem, ejem, ejem- carraspeó el viejo lobo de mar- ¿Me ha parecido oír algo de Empatía? ¡Mirad! – y señaló a lo lejos, hacia un pequeño trozo de tierra que se adentraba en el mar- Allá tenemos nuestra próxima parada, en el puerto de la ciudad de la Empatía.

– Ah… – se atrevió a decir Anita- ¿Empatía es una ciudad?

– No, bueno, sí, y no – contestó León- La empatía es un valor, un don. Y también el nombre de la ciudad donde vamos a parar. Dice la leyenda… bueno, no sé si contárosla…

– Sí, sí- gritó Hugo entusiasmado. Le encantaban las historias extrañas.

«La empatía es un valor, un don»

(‘La ciudad de la empatía’)

La leyenda de La ciudad de la empatía

– Bueno, pues… cuenta la leyenda… – continuó León con voz misteriosa- que en esta ciudad todos sus habitantes se llevaban mal, muy mal. Terriblemente mal. Aquí reinaba el egoísmo, la envidia, la avaricia… Hasta qué…

– ¿Hasta qué… quéeeee? Venga, sigue, León – dijo Anita eufórica- ¿llegó un ogro? ¿Un hada buena? ¿Un dragón?

– Hasta que… un día, sus habitantes probaron un fruto muy extraño, rojo y con pequeños lunares negros y azules. Los frutos de unos árboles que plantaba un sabio anciano del lugar. Él era el único que nunca discutía con los demás. Y el más feliz. Pero esto, chicos, es una leyenda.

Y ya está. León dio media vuelta y se alejó sin dar más explicaciones. Pero, ¿qué clase de leyenda era esa? Comieron de esos frutos, ¿y qué? ¿Se les puso la cara de color verde? ¿Les creció el pelo hasta los pies? ¿Les salieron antenas?

– ¿Tú has entendido algo, Hugo?- preguntó Anita a su hermano.

– Yo no. Aunque pienso averiguarlo- Y Hugo buscó en su mochila la lupa y la gorra de detective.

– Pues yo también voy a ‘averiguarlo’- añadió su hermana.

Resultó que Empatía no era una ciudad, sino un pueblecito pesquero, muy vivo y alegre. Toda la gente era amable, muy atenta y servicial.

– Estaréis cansados- les dijo una señora según llegaron a la posada. Y cogió las maletas para subirlas hasta la segunda planta.

– Muchas gracias, qué amable- dijo el padre de los niños, Serafín, muy sorprendido.

– Oye papá, ¿podemos dar una vuelta por el pueblo?- preguntó Hugo.

– Pero Hugo, no me gusta que salgáis solos por ahí- contestó Serafín.

– Déjelos, que este pueblo es muy tranquilo. Pueden estar seguros de que no les pasará nada. Y además, se ve que tienen unas ganas tremendas de investigar por el pueblo- dijo la señora con una enigmática sonrisa.

– Está bien- dijo Serafín- Pero no os vayáis muy lejos.

«Resultó que Empatía no era una ciudad, sino un pueblecito pesquero«

(‘La ciudad de la empatía’)

De aventuras por la ciudad de la empatía

Y así es como Hugo y Anita se pusieron a buscar los misteriosos frutos rojos de los que les había hablado León. Y buscaron, buscaron y buscaron.

Pero en las calles de Empatía sólo había árboles con forma de palmera, flores amarillas y blancas, matorrales y alguna zarzamora. Ningún frutal.

Y cuando ya estaban a punto de dar media vuelta, vieron una casita baja muy extraña. El tejado brillaba más que ninguno. Sus paredes blancas, reflejaban la luz como si fuera un espejo. Las ventanas estaban construidas con conchas de todas las formas y colores. Junto a la casa, un árbol, pequeño, sencillo. De sus ramas colgaban pequeños frutos rojos salpicados de manchas negras y azules.
Los niños se miraron atónitos.

– ¡Lo encontramos!- dijeron al unísono. Se acercaron corriendo y cogieron algunos de los frutos.

– ¿Nos los comemos?- preguntó un poco nerviosa Anita. A pesar de que era la pequeña, era la más sensata.

– Tú haz lo que quieras, pequeñaja, pero yo no me voy de aquí sin averiguar qué pasa en este pueblo- y diciendo esto, Hugo se comió uno de los frutos de un solo bocado.

Anita siguió a su hermano. Y para no ser menos, se comió dos.

– Pues yo no noto nada raro- dijo Hugo.

– Ni yo- dijo Anita.

– León nos ha tomado el pelo- refunfuñó Hugo.

Los hermanos regresaron cabizbajos a la casa. Enfadados y muy desilusionados. Sin embargo, antes de llegar, Hugo comenzó a notarse raro. También Anita. No les dolía la barriga, ni la cabeza. No veían borroso. Tampoco sentían mareos. Nada de eso. ¡Algo mucho peor!

Hugo comenzó a sentirse más pequeño, y miró a su hermana como si ella fuera mayor. Anita en cambio se sentía crecer, y a pesar de seguir midiendo su metro veinte, se sentía mayor, muy mayor. Tanto como si fuera su hermano Hugo.

«Hugo comenzó a sentirse más pequeño, y miró a su hermana como si ella fuera mayor»

(‘La ciudad de la empatía’)

El secreto de la ciudad de la empatía

Hugo miró a su hermana. Anita miró a su hermano. Se miraban y podían reconocerse como si se reflejaran en un espejo. ¡Anita era Hugo y Hugo era Anita!

– ¡¡¡¡¡¡Aaaaaaaaaah!!!!!!- gritaron los dos, asustados.

– Dime Anita- preguntó temblando Hugo- ¿qué es lo que más te gusta?

– El fútbol y las motos-contestó ella- Y a ti, ¿Hugo?

– Mi muñeca Clarabella

– ¡¡¡¡Aaaaaaaaaah!!!!!- Volvieron a gritar los niños.

– No puede ser, no puede ser, no puede ser – decía Hugo, que ahora, sí que sí, era el más sensato.

– Pues a mi esto me parece divertido- dijo Anita, feliz en el pellejo de su hermano.

– No digas tonterías, Anita. Tenemos que deshacer el hechizo inmediatamente. No me gusta nada tener seis años otra vez. No me gusta no poder jugar con mis amigos en el patio grande. Y no me gusta tener que sentir que nunca me hacen caso por ser la pequeña.

– Pues yo en cambio ahora me siento responsable porque soy el mayor. Pero me encanta haber podido desvelar el misterio.

– Pues yo tengo mucho miedo- dijo lloriqueando Hugo.

– ¡ Pues claro, Anita!… digo Hugo. Esa fruta ha hecho que nos intercambiemos. Yo ahora pienso y siento como tú, Anita, y tú piensas y sientes como yo.

– Pues no me gusta- protestó Hugo. Te devuelvo a ti mismo. Ya no quiero ser más como tú.

– Pues yo creo que aunque nos fastidie, puede ser divertido. Yo aprenderé a querer a tu muñeca Clarabella, pero prométeme que cuidarás mis cromos de la liga de fútbol.

Y a pesar del disgusto, Anita (que ahora era Hugo) y Hugo (que ahora era Anita), volvieron a casa sin decir nada a sus padres. Ellos no se dieron cuenta. Pero sí Matilde, la casera.

«Y a pesar del disgusto, Anita (que ahora era Hugo) y Hugo (que ahora era Anita), volvieron a casa sin decir nada a sus padres»

(‘La ciudad de la empatía’)

La solución al ‘embrujo’ de la ciudad de la empatía

Esa señora bajita, delgada y con expresión dulce, era capaz de ver lo que nadie veía. Ese don del que les habló León. Y en cuanto se quedaron a solas, les confesó que acababa de descubrir su secreto:

– Habéis comido el fruto rojo, ¿verdad?- preguntó la mujer.

– Sí- contestaron los niños.

– Bueno, tranquilos. No pasa nada. Los efectos sólo duran tres días. Después, volveréis a ser los mismos de antes. Pero sólo os digo una cosa: aprovechad estos tres días para conoceros mejor. Tú, Anita, entenderás por qué hace lo que hace tu hermano. Tú, Hugo, por fin verás el mundo desde los ojos de Anita. ¿Os dais cuenta? Ese don, el de la empatía, deberéis guardarlo por siempre con vosotros, aún cuando desaparezcan los efectos de la fruta.

Hugo y Anita se miraron una vez más y asintieron. Hugo fue Anita y Anita fue Hugo. Y al cabo de tres días, tal y como anunció la mujer, volvieron a ser ellos. Aunque ya nunca volvieron a ser los mismos. Porque ahora, Anita sabía que a veces Hugo necesitaba estar solo, y que la chinchaba porque se aburría y mucho, sin ella. Y Hugo sabía que Anita le perseguía como una sombra porque le admiraba y quería ser como él. Y cuando se chivaba de alguna de sus travesuras es porque sentía celos porque le gustaba todo lo que hacía.

Sus padres se sorprendieron, y mucho. Tres días sin discutir. Desde entonces, las peleas entre hermanos se podían contar con los dedos de la mano. Hugo y Anita por fin, parecían entenderse.

«Desde entonces, las peleas entre hermanos se podían contar con los dedos de la mano»

(‘La ciudad de la empatía’)

(‘La Ciudad de la empatía’ – ©FannyTales, 2016)

Qué temas puedes trabajar con ‘La ciudad de la empatía’

Utiliza este cuento de ‘La ciudad de la empatía’ para hablar con los niños de:

  • El valor de la empatía. ¿Qué significa?
  • El sentimiento de miedo.
  • Las imprudencias por los impulsos.
  • La curiosidad.

Reflexiones sobre el cuento ‘La ciudad de la empatía’

Ponerse en el lugar del otro es esencial para comprender a quienes nos rodean. Saber qué piensan, qué sienten… puede hacer del mundo un mundo mejor:

  • Ponerse en el lugar del otro: El valor de la empatía consiste precisamente en esto, ‘ponerse en el lugar del otro’. En ‘La ciudad de la empatía’, los dos hermanos no conseguían llevarse bien, porque eran incapaces de entender la forma de ser del otro. Una vez que las frutas mágicas de aquella ciudad hizo que se intercambiaran el cuerpo, pudieron entender cómo pensaba y actuaba el otro. Esto les ayudó a ser más comprensivos el uno con el otro. La empatía nos lleva a ser mejores personas, a tener más capacidad de perdón y a ser más generosos y comprensivos.

«La empatía nos lleva a ser más comprensivos con los demás.»

— (Reflexiones sobre ‘La ciudad de la empatía’)

Una reflexión más sobre ‘La ciudad de la empatía’

  • El miedo a lo desconocido: Una de las emociones básicas reflejadas en este cuento de la ciudad de la empatía es la del miedo. Cuando los hermanos se intercambian el cuerpo, sienten un miedo atroz. Lo desconocido siempre nos asusta, y es normal. Pero pronto se adaptan al cambio y se lo toman como una gran oportunidad. Así debemos enfrentarnos a los cambios y los grandes retos. Con algo de miedo, pero con la certeza de que puede ser un gran trampolín para crecer y aprender de la vida.

Más cuentos con valores para leer con los niños

¿Te gustó el cuento de ‘La ciudad de la empatía’? Prueba a leer también estos otros cuentos con valores. Todos incluyen reflexiones finales para que los niños los puedan entender mejor:

  • El anillo del elfo: Este cuento popular suizo nos habla de generosidad y bondad, dos valores que tienen mucho que ver también con la empatía.
  • La prueba de las semillas: La vanidad, la codicia, la envidia.. ¿Cómo hacer frente a todo esto? Mediante los valores esenciales. No te pierdas este precioso cuento popular.
  • El buen ejemplo: El respeto y la confianza van de la mano. La confianza infunde respeto, pero ésta se gana, no se impone. Lo entenderás mejor leyendo este cuento.

Y recuerda que también podrás escuchar muchos relatos narrados mediante todos estos podcast:

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Publicado por Estefania Esteban

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Soy Estefania Esteban y soy periodista y escritora de literatura infantil.

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