Este cuento popular de Hans Christian Andersen, ‘La aguja de zurcir’, nos habla de a dónde nos lleva la vanidad. Muy del estilo de ‘El famoso cohete’, de Oscar Wilde, retrata en un personaje inmaterial las emociones típicas del hombre vanidoso. ¡No te lo pierdas!
TIEMPO DE LECTURA: 6 MINUTOS
El cuento de ‘La aguja de zurcir’, de Hans Christian Andersen
Había una vez una aguja de zurcir, muy fina… y también muy engreída.
– Mucho cuidado con dejarme caer, o me romperé- dijo la aguja a los dedos- Tened en cuenta que soy muy delicada al ser una aguja de categoría…
– No será para tanto- protestaban los dedos, mientras intentaban apretar la aguja, con un hilo que ella pensaba que era un séquito, contra el empeine de la zapatilla rota de la cocinera.
Una puntada, otra… ‘ y zas! ¡La aguja se rompió!
– Ya os lo dije. ¡Que soy muy delicada!- lloraba la aguja de zurcir.
Pero la cocinera pegó las dos partes y la colocó en su toquilla.
– ¡Mirad, mirad! ¡Ahora soy un prendedor! Si es que cuando una vale…
Estaba toda orgullosa la aguja, ahí amarrada, saludando a todos a su paso, como si fuera una reina. Observó que tenía un simple alfiler por vecino:
– Me imagino que no será usted de oro- le dijo con inquina- Tiene buen porte, pero la cabeza pequeña. Debería hacerla crecer, porque si se rompe, no habrá lacre que pueda sellarla…
Se sentía tan orgullosa la aguja al decir esto, que se estiró y se estiró, hasta desprenderse de la toquilla y ¡zas! Cayó por el desagüe, justo cuando la cocinera vaciaba una cacerola de agua.
– Ay, que me he caído- gritó la aguja de zurcir- Bueno, mientras no me pierda…Digamos que esto será como un viaje.
Pero se perdió. Y las cañerías la arrastraron hasta un arroyo.
– Vaya, si es que soy demasiado fina y elegante para estar en cualquier lugar… aquí, al sol, brillo con más intensidad, sin duda.
La aguja de zurcir y el resto de objetos en el río
Comenzó a ver la aguja palitos y pequeñas hojas que flotaban sobre el agua:
– Más quisieran estos ser como yo. Ellos no pueden pinchar y yo sin embargo… Ese palito de ahí no hace más que dar vueltas sobre sí mismo. Solo piensa en él… Y ese trozo de papel, a saber lo que decía… ya ni leer se puede. Y lo que chapotea para llamar la atención. Yo en cambio, con todo lo importante que soy, aquí estoy tiesa y calladita. Y paciente, muy paciente…
Un día, la aguja de zurcir vio un objeto brillar en la orilla, con tanta intensidad, que pensó que era un diamante. En realidad, solo era un trozo de vidrio de una botella. Se acercó a él, como buena aguja fina que era y le dijo:
– Usted debe de ser un diamante, ¿no es así?
– Pues sí, algo parecido- respondió vanidoso en cristal.
Ambos comenzaron a hablar de lo presuntuosos que eran los demás, dándose la razón y por supuesto, criticando a los palos, hojas y pajitas que flotaban, según ellos, prepotentes, sobre el agua.
– Fíjate que yo vivía en el estuche de costura de una cocinera. Ella tenía cinco engreídos dedos en cada mano. Se pensaban que eran importantes, y lo único que hacían era sacarme, sostenerme y volver a meterme en el estuche… ¿Qué se creían ellos?
– ¿Y brillaban?- preguntó el trozo de vidrio.
– ¡Qué va! Nada de nada, pero se creían los más importantes. Eran cinco hermanos de distinta estatura y solos, no eran capaces de hacer nada. Aún no sé qué hacía el pequeño, meñique… no le vi nunca trabajar en en nada… Y por si fuera poco, por su culpa, me caí y ahora estoy aquí.
– Bueno, estamos brillando los dos juntos– añadió el trozo de cristal.
El triste final de la aguja de zurcir
De pronto, llegó una corriente de agua que arrastró al trozo de cristal.
– Vaya, lo han ascendido- se dijo la aguja de zurcir- Bueno, yo me quedaré aquí tiesa y paciente en la orilla. Soy tan fina… podría llorar de la emoción de no ser porque se me rompió el ojo…
Un día, unos niños se acercaron jugando hasta la orilla del arroyo. Buscaban monedas y demás objetos, y rebuscando, uno de los niños se pinchó:
– ¡Ay!- grito- ¡Maldito clavo!
– ¡Pero bueno! ¿Un clavo yo? ¡Soy una finísima aguja de zurcir!- respondió molesta.
Pero con el paso del tiempo y por culpa del agua, la aguja se había ennegrecido, y el lacre se soltó, así que estaba rota…
Los niños vieron una cáscara de huevo flotando en el agua, y pincharon la aguja sobre ella.
– ¡Qué elegante estoy sobre el fondo blanco!- se dijo la aguja de zurcir- Es como el pedestal de un trono… Resalta mi elegancia aún más.
Los niños colocaron su ‘juguete’ en medio del camino y se alejaron riendo. En esto que pasó por allí un enorme carro. Y … ¡crack! El huevo se rompió. La aguja sentía que la aplastaban.
– Ay, cuánto peso…que me rompoooo.
Pero no se rompió. Se quedó allí medio hundida entre el barro. Ya apenas nadie podía verla, pero ella feliz, pensó que embellecía el camino por ser fina, muy fina… y elegante.
Qué temas puedes trabajar con ‘La aguja de zurcir’
Utiliza este fantástico cuento de ‘La aguja de zurcir’, de Hans Christian Andersen, para reflexionar acerca de:
- La prepotencia.
- El egocentrismo.
- La humildad frente a la vanidad.
- El desprecio hacia los demás.
Reflexiones sobre el cuento ‘La aguja de zurcir’
Creía la aguja de zurcir que todos a su alrededor eran engreídos y vanidosos, sin darse cuenta de que en realidad era ella la egocéntrica. Y es que el vanidoso es incapaz de darse cuenta de que el problema está en él mismo:
- El vanidoso y su mundo ‘paralelo’: Así se describe a la aguja de zurcir, protagonista de este excelente cuento de Hans Christian Andersen, como un ser egocéntrico que solo piensa en sí mismo, que solo atiende a sus ‘virtudes’ y que no puede dejar de criticar los defectos y ‘prepotencia’ de los demás.
Representa a la típica persona que no deja de ver ‘la paja en ojo ajeno’ sin darse cuenta de que ella tiene dentro del ojo una enorme viga. Por eso, la aguja de zurcir cree que hasta los dedos de la mano de la cocinera son prepotentes, y lejos de valorar todo lo que son capaces de hacer, menosprecia su labor y solo ve sus ‘defectos’. Lo mismo ocurre cuando se encuentra en el río con palos, pajas y demás objetos. Todos le parecen vulgares y vanidosos, mientras que ella, piensa, es excelente, humilde y paciente…
- La ‘horma de su zapato’: La aguja al fin se encuentra con alguien que le hace caso, alguien capaz de entenderla. Es el cristal de botella, que a pesar de ser insignificante, también se cree por encima del resto, porque brilla con el sol y aparenta ser importante… Ay, las apariencias…
El cristal se enorgullece de escuchar que es como un diamante, y enseguida entabla amistad con la aguja de zurcir. Y es que ya sabes que ‘Dios los cría, y ellos se juntan’. Por afinidad, se sienten comprendidos, porque ambos viven ‘esa mentira’, ese mundo paralelo que se crean en donde ellos son los más elegantes y majestuosos del universo. La prepotencia les une durante el rato que dura su encuentro. Pero la realidad de pronto les separa y les devuelve a la realidad. Un buen ‘golpe de humildad’ para ambos.
«El egocéntrico solo piensa en sí mismo; el vanidoso, solo ve defectos en los demás. Ambos terminan quedándose solos .»
— (Reflexiones sobre ‘La aguja de zurcir’)
Más reflexiones sobre el cuento ‘La aguja de zurcir’
- La vanidad y la soledad: ¿Te das cuenta de que la aguja de zurcir no tiene a nadie? Todos la ignoran y se alejan de ella. Solo el cristal, tan egocéntrico y presuntuoso como ella, es capaz de entablar una conversación con nuestra protagonista. El vanidoso provoca rechazo y el resto decide alejarse y dejar que siga creyéndose importante. Por eso, el vanidoso termina solo, en su mundo.
- La soberbia que lleva a la vanidad hasta el extremo: Hasta el último momento, a pesar de estar rota y ennegrecida, la aguja de zurcir sigue creyendo que es fina, elegante y especial. A pesar incluso de acabar sepultada entre el barro bajo la rueda de un enorme carro.
La soberbia le lleva a ser incapaz de reconocer que estaba equivocada, que ya no es tan fina y elegante… que en realidad es como un ‘clavo’ oxidado, tal y como dijo el niño que la encontró. Ella, que transforma todo lo que le sucede para que parezca especial y una mera ‘alabanza’ de su estatus, es incapaz de despertar de su sueño irreal, de darse cuenta de que en realidad nadie la admira.
- Ese desprecio…: Ya has visto que la aguja de zurcir no solo se consideraba superior al resto de objetos, sino que además, despreciaba a todos. Solo veía los defectos de cada uno de ellos, y cada una de las virtudes de los demás, terminaban convirtiéndose ante sus ojos en algo insignificante. El vanidoso tiende a menospreciar al resto. Él está por encima de todos ellos.
«La soberbia es la que nos impide reconocer que estamos equivocados.»
— (Reflexiones sobre ‘La aguja de zurcir’)
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- La pequeña cerillera: El mundo está lleno de injusticias y desigualdades. Los humanos somos tremendamente crueles y ciegos ante las necesidades de otros. No siempre se consigue la generosidad y solidaridad. Este crudo cuento nos abre los ojos al respecto.
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