Partimos del hecho de que premios e incentivos no son lo mismo. Es bueno recordarlo, porque algunas personas tienden a confundirlo. Se premia a aquel que consiguió destacar respecto al resto. Se incentiva a todos por igual, para que consigan el premio.
Sin embargo, hay quien premia en lugar de incentivar, y todo se va ‘al traste’. Descubre cómo utilizar los premios e incentivos de forma correcta, y no solo en la educación, sino en todos los campos.
El error que se comete a menudo con los premios e incentivos
Cada vez me encuentro con más profesores y empresarios que no saben usar los premios y mucho menos los incentivos. A menudo los confunden, y terminan premiando al que querían incentivar, confundiéndole no solo a él, sino a todos los demás.
Es sencillo de explicar la diferencia entre premios e incentivos con un ejemplo:
Imagina que hay una competición de atletismo y se presentan varios niños. Todos se han estado preparando durante mucho tiempo, pero lógicamente, unos son mejores que otros.
Aquel que se ve con posibilidades de ganar, llega entusiasmado y lo da todo en la primera carrera. Incluso ayuda a los que se caen a levantarse, y aún así, gana. Pero para su sorpresa, no le dan el premio. El premio se lo dan a aquel a quien ayudó a levantarse, pero quedó segundo…
Los jueces consideran que se esforzó mucho. Ante esto, totalmente desmoralizado, el ganador pensará: ‘¿Y yo, no me esforcé? ¿No ayudé además al resto? ¡Y llegué el primero!’. Y terminará pensando que la justicia, efectivamente, no existe.
Premios e incentivos: Qué sucede cuando se premia al que no ganó
Los que otorgan el premio al que no ganó cometen un gran error, y además, no consiguen lo que querían (incentivar al que quedó segundo para que ganara la siguiente carrera), porque:
a) El que quedó segundo, al ver que le premian, no se esforzará para quedar primero. Para qué… ¡si no le premian quedando segundo!
b) El que quedó primero, al ver que premian al segundo, no se querrá esforzar en la siguiente carrera. Total… ¡si no le van a premiar!
c) Ninguno de los dos se esforzará y además el que era más bueno corriendo, habrá perdido toda la ilusión y ya no querrá correr.
¿Entiendes ahora por qué se debe premiar al primero y no al segundo? Al segundo se le debe incentivar. Eso es distinto. ‘Si ganas la siguiente carrera, tú conseguirás el premio, porque lo estás haciendo muy bien y puedes lograrlo’.
Pues por extraño que parezca, cada vez son más los profesores y empresarios que cometen este error, premiando en lugar de incentivar a los que van por detrás, y desilusionando a los que van por delante.
Hagamos caso a los más sabios. Ya desde los griegos se premiaba solo y únicamente al que vencía la carrera. No había ni medalla de plata ni mucho menos de bronce. De esta forma, todos se esforzaban por ganar.
Así es como se deberían usar premios e incentivos en niños y adultos
Premios e incentivos no están restringidos al mundo de la educación. Muchos empresarios cometen el error de pensar que ‘eso es cosa de niños’. Y sin embargo, una buena empresa e incluso un pequeño equipo, consigue muchísimos más éxitos cuando las personas que la forman reciben incentivos y premios. Lógico: ¿a quién no le gusta que apoyen y mimen su ilusión? ¿Y más aún que premien su trabajo?
El gran error de muchos empresarios es pensar que el trabajo en sí es el premio. No, no lo es. El premio es tener un trabajo en donde poder desarrollarse y crecer, en donde se reconozcan la valía y los logros y por supuesto, no perder ni una pizca de ilusión. Pero para mantener la ilusión activa habrá que remover las brasas de vez en cuando. Esto es: incentivar. Por ejemplo, cambiar tareas de vez en cuando, pagar las horas extra, dejar salir antes al empleado en ocasiones especiales… y sobre todo, darle libertad y confianza.
En el caso de los niños, puedes incentivarle en los estudios de muchas formas. Dejándole jugar a su juego favorito si hace los deberes pronto, o proponiéndole algunos premios no materiales si consigue sacar buenas notas o portarse bien.
A favor y en contra de los premios e incentivos
Muchas personas se muestran contrarias al uso de premios tanto en la educación como en el mundo laboral. Opinan que el premio en el caso de los estudios es sacar buenas notas y en el caso del trabajo, tener un trabajo que te guste.
Muy loable, pero otros no están de acuerdo. También el corredor corre porque le gusta y el nadador nada porque le gusta y ambos luchan por un premio. Pensarás… ‘bueno, no es lo mismo, porque eso es una competición‘. La vida en sí lo es, ¿no te parece? Luchamos por sacar las mejores notas y por tener las mejores condiciones laborales.
Y por ser, en lo nuestro, los mejores, por lo que competimos, de forma sana, con muchas otras personas. De hecho, para conseguir un trabajo, debemos ser mejores que muchos otros para que nos contraten… Competimos constantemente, sin darnos cuenta. Al menos, claro, que te hayas acomodado en tu zona de confort y no quieras nada más (muy respetable, por otro lado).
Los premios ilusionan, incentivan. Te ayudan a seguir adelante, a superarte y a superar obstáculos. Pero siempre y cuando se utilicen de forma correcta y con la persona adecuada. Incentiva a todos. Premia al que llegue a la meta el primero.
Premios e incentivos: Los premios y la competitividad
Uno de los posibles problemas que llegan con los premios es la competitividad poco sana. El riesgo estará siempre ahí, al igual que siempre van a existir los tramposos y los mentirosos.
Aquellos que luchan por un premio pueden caer en la competitividad sana (luchar por ser el mejor superándose a sí mismo) o insana (poner obstáculos al resto para llegar el primero). Es bueno estar atento para ver si sucede esto. En ese caso, evidentemente, no debería existir premio. Si el primero consiguió llegar a la meta con trampas o poniendo trabas a otros, no se merece el premio.
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