No esperes encontrar aquí el mito del cíclope Polifemo, pues esa es otra historia. Este ‘Polifemo’ es un sargento con muy mal genio… o al menos, aparentemente. Aunque ya sabes que las apariencias, engañan.
El relato es del escritor español Armando Palacio Valdés, que también fue crítico literario. Aquí encontrarás una adaptación de su genial relato y reflexiones finales sobre los mensajes que transmite.
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ToggleEl cuento de Polifemo para niños
Al coronel Toledano todos le conocían con el mote de ‘Polifemo’. Gastaba muy mal carácter, y los niños le observaban con terror. Vestía levita larga, pantalón de cuadros y sombrero de ala ancha.
Paso rígido, porte imponente. Un largo bigote blanco. Voz de trueno y corazón de bronce. Aunque lo que más miedo daba sin duda era su mirada penetrante. Tenía un solo ojo. Era tuerto. Todos imaginábamos sus feroces batallas en la guerra de África. Seguro que arrancaba a sus enemigos las entrañas… Al menos, es lo que los niños imaginaban al verlo pasear por el mismo parque en donde ellos jugaban, el parque de San Francisco, en Oviedo.
El coronel además estaba bastante sordo, y hablaba a gritos, de modo que era fácil escucharle.
– ¡Voy a contarle un secreto!- decía a cualquiera que le acompañara- ¡Mi sobrina Jacinta no quiere casarse con el chico de Navarrete!
Y el secreto dejaba de serlo, porque lo podía oír cualquiera que estuviera a 200 pasos de Polifemo.
Cuando el coronel hablaba, todo callaba. Desde el piar de los pájaros hasta el murmullo de la fuente. Así de tremenda era su voz.
El feliz sobrino de Polifemo
Ese hombre tenía un sobrino de unos 8 o 10 años. Como nosotros. Sentíamos verdadera lástima por él. Cada vez que veíamos a Gasparito Toledano pasear con su tío, imaginábamos a un pobre cordero entrando en la jaula de un fiero león.
No entendíamos cómo Gasparito no moría a causa de algún problema cardiaco o una fiebre lenta. De hecho, si pasaban varios días sin verle por allí, nos hacíamos la misma pregunta: ¿se lo habrá merendado ya? Y cuando reaparecía, sentíamos una mezcla de sorpresa y consuelo. Aunque estábamos seguros de que en algún momento se convertiría en la víctima de algún capricho sanguinario de su tío Polifemo.
Lo más raro es que lejos de expresar terror, Gasparito parecía estar siempre feliz y sus ojos brillaban con intensidad. Cuando iba con su tío, brincaba feliz y despreocupado. Hasta se atrevía a hacernos alguna mueca.
Además de sobrino, Polifemo tenía un perro, que al igual que el sobrino, parecía feliz. Era un precioso danés de color azulado. Grande, vivaz… que correteaba suelto y respondía al nombre de Muley. Nosotros pensamos que en recuerdo, seguramente, de algún moro sacrificado por el propio Polifemo.
La historia del perro de Polifemo, Muley, y Andresito
Pues Muley era el perro más sociable y vivaracho de todos los que conocíamos. Todos estábamos prendados de él. Y hasta en un acto de valentía, muchas veces le ofrecíamos parte de la merienda que nuestras madres nos metían en las mochilas.
Muley lo aceptaba todo y mostraba gratitud infinita hacia nosotros. Además, era tan noble, que no se encariñaba más con el que más le daba.. de hecho, jugaba más con el más pobre, Andrés, que nada podía darle nunca, pues nada tenía. ¿Será que adivinaba Muley que ese niño triste y desvalido necesitaba más cariño que nosotros?
El caso es que el sentimiento era recíproco. La pasión de Andresito por aquel perro era tal que un día hasta decidió, con total osadía, llevarse de paseo a Muley. Lo tuvo una hora entretenido, y encima tuvo la suerte de que el coronel aún no había terminado su paseo a su vuelta, con lo que no se dio cuenta de la deserción de su perro.
Los días más felices del pobre Andresito y el enfado de Polifemo
Estas escapadas se repitieron más días, y la amistad entre Andrés y Muley se fue consolidando. Tanto, que un día a Andresito se le ocurrió llevarse a Muley a dormir con él al hospicio. Fue la primera vez que Andresito supo lo que era el calor del cariño. Él, que solo había conocido el dolor de los golpes, el hambre y la mala vida, durmió abrazado a su nuevo amigo.
Mulay, compasivo, no dudó en lamer la carne del niño amoratada por los golpes que el cocinero le propinaba de vez en cuando. A la mañana siguiente, Andrés abrió la puerta y Muley corrió con su dueño. Esa misma tarde, ya estaba de nuevo en el parque.
A esa dulce noche siguieron muchas otras. Andrés era el más feliz del universo. Hasta que pasó lo siguiente: jugábamos a los botones en el parque cuando de pronto la imponente talla de Polifemo se vislumbró junto a nosotros y su feroz vozarrón sonó como un estruendo:
– A ver, ¿quién de vosotros es el pilluelo que secuestra cada noche a mi Muley?
Nosotros, con la cabeza gacha. Silencio sepulcral en la asamblea. El terror nos tenía atenazados. De nuevo, la voz atronadora de Polifemo:
– ¿Quién es el secuestrador? ¿Quién es el maldito ladrón?
El ojo ardiente de Polifemo nos repasaba nervioso de arriba a abajo, mientras Muley, de forma inocente y con algo de inquietud, movía el rabo de un lado a otro.
El interrogatorio de Polifemo
Justo en medio de tanta tensión, Andresito, pálido y cabizbajo, dio un paso adelante y dijo con su vocecita temblorosa:
– No culpe a nadie, señor. He sido yo.
– ¿Cómo?
– Que he sido yo- repitió Andrés más alto, recordando la sordera del coronel.
– ¿Que has sido tú? ¿Y no sabes que este perro tiene dueño?- gritó enfadado Polifemo.
Andresito se quedó mudo por el miedo.
– Que si no sabes de quién es el perro- insistió el coronel.
– Sí señor- respondió Andresito.
– Así que sabes quién es el dueño. ¿Y quién es?
– El señor Polifemo.
En ese momento cerramos los ojos. Pensamos que al abrirlos, Andresito ya no estaría en el mundo de los vivos. Para alivio nuestro, Andresito seguía allí, bajo la atenta y sorprendida mirada del coronel.
– ¿Y se puede saber por qué te lo llevas?
– Porque es mi amigo y me quiere- respondió Andrés.
– Está bien- dijo entonces el coronel- Pero no vuelvas a hacerlo, o tendré que arrancarte las orejas.
Y antes de alejarse, metió la mano en el bolsillo y sacó una moneda.
– Toma, para que te compres chuches. Pero cuidado con llevarte otra vez a mi perro– le dijo a Andresito.
El buen corazón de Polifemo
Dio unos pasos Polifemo y se volvió a mirar una vez más a Andresito, que había dejado caer la moneda al suelo y estaba de rodillas sollozando. El coronel se acercó a él:
– No llores, ¿qué te pasa?- preguntó entonces.
– Es que le quiero mucho. Y es el único que me quiere…
– ¿Y eso? ¿Tú de quién eres? ¿Y tus padres?
– Soy del hospicio- confesó Andresito.
Nunca vimos antes esa faceta de Polifemo. Jamás habíamos escuchado ese nuevo registro de voz. Susurró palabras de cariño a Andresito. Le enjugó las lágrimas, le abrazó, y le dijo con dulzura:
– No me lo tengas en cuenta, que yo no sabía nada… Puedes llevarte a mi perro cuando quieras. Olvida lo que te dije. Siempre que lo desees, puedes quedarte con Muley, que no me enfadaré.
Después de consolar a Andrés, Polifemo se alejó despacito. Dios me perdone, pero juraría haber visto una lágrima en el ojo sangriento de Polifemo.
Qué temas puedes trabajar con el relato ‘Polifemo’
Utiliza este precioso cuento para reflexionar acerca de:
- La caridad.
- El valor de la amistad.
- Las apariencias frente a la realidad.
Reflexiones sobre la historia de Polifemo
Está claro que las apariencias engañan… Los protagonistas de este precioso relato observaban al viejo coronel con ojos de temor. Su imagen, su presencia, y ese único ojo con el que miraba, les infundía miedo. Sin embargo, la experiencia con el pobre Andresito les dejó claro que el corazón de aquel hombre no era ni mucho menos de bronce, como pensaban:
- Las apariencias engañan: ¿Cuántas veces no nos habremos dejado llevar por nuestra imaginación o por prejuicios a partir de una imagen o una sensación? Los niños de este relato temían al coronel. La imagen que percibían de Polifemo era realmente aterradora, y su imaginación hizo el resto… Y a pesar de ver junto al anciano a su sobrino feliz, y de observar que su perro también era feliz, no podían deshacerse de esa imagen aterradora que tenían de él. Hasta el día en el que vieron el verdadero rostro de Polifemo, es que no se ve, ese que se esconde tras la apariencia. Entonces se dieron cuenta de que en realidad el viejo y cascarrabias coronel tenía en realidad un corazón blando y empático con los más faltos de cariño.
Más reflexiones sobre el cuento de Polifemo
- El amor verdadero: El perro Muley representa en este relato el amor verdadero y desinteresado. El que da sin pedir nada a cambio. Quiere a quien más lo necesita, al niño que no tiene a nadie que le de cariño. Y aunque no le pueda regalar pequeños pedacitos de bocadillos como los otros niños, recibe algo mucho más valioso, que es su cariño.
El amor como el mayor de los regalos, más poderoso que el dinero o cualquier objeto material. El amor, que aún siendo invisible, nos abraza y llena de consuelo, paz y felicidad. En Polifemo, ese amor está escenificado en la relación entre Andresito y el pequeño Muley.
- La compasión: Polifemo parecía áspero, sangriento, agresivo. Y sin embargo demostró a los niños la importancia de dos valores esenciales, el de la empatía y el de la caridad. Sintió el profundo dolor, la soledad que sentía Andresito. No conocía su historia, y al darse cuenta de su situación, empatizó al momento con él.
De la empatía nació la caridad, la generosidad. Estaría dispuesto a dejar que su querido Muley se fuera con el niño, al darse cuenta de que él lo necesitaba mucho más. Qué el niño no tenía a nadie, a nadie… y él tenía tantas cosas y a tantas personas a su alrededor… Así que a pesar de sentir cariño infinito por su animal, estaba dispuesto a compartir su amor con el pequeño Andrés.
«El amor es el mayor de los regalos, más poderoso que el dinero o cualquier objeto material.»
— (Reflexiones sobre Polifemo)
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