La aventura del carbunclo azul. Relato de Sherlock Holmes para Navidad

¿Una historia de Sherlock Holmes ambientada en Navidad? Pues sí, y es esta, ‘La aventura del carbunclo azul’ (una extraña piedra preciosa. Hasta sir Arthur Conan Doyle sucumbió a los encantos de la Navidad y la estela de magia que rodea a esta fiesta. Por eso, situó a su más famoso personaje, el detective Sherlock Holmes, ante un misterioso caso en plena Navidad. ¿Te atreves a indagar en este suceso e intentar solucionar el caso? Es un relato algo largo, pero sin duda, merece la pena.

TIEMPO DE LECTURA: 18 MINUTOS

Sherlock Holmes y la aventura del carbunclo azul

La aventura del carbunclo azul, un relato de Navidad de Sherlock Holmes
La aventura del carbunclo azul, de Sherlock Holmes

Visité a mi buen amigo, Holmes, dos días después de Navidad. Quería felicitarle las fiestas, aunque fuera tarde.

Lo encontré en su habitación, tumbado en el sofá, con una bata púrpura y una lupa en la mano. También tenía cerca unas pinzas, y enfrente, sobre una silla, un sombrero. Sin duda, lo analizaba.

– La prueba de tu nuevo caso, supongo- le dije al entrar.

– ¡Querido Watson! Pasa, pasa… Sí, estoy con un tema…

– ¿Un crimen, quizás?

– No, qué va. Un caso mucho más inocente, pero igual de complejo… Los últimos cinco casos no han sido crímenes, sino temas más triviales. Aunque confusos, claro. ¿Conoces al comisario Peterson?

– Claro, sí, sé quién es- respondí.

– Pues es su sombrero. Bueno, suyo no… mejor dicho, su trofeo.

– No comprendo…

– Verás, Watson. Todo sucedió el día de Nochebuena. Un hombre acababa de comprar un ganso para la cena. Caminaba por angostas calles cuando unos hombres le acorralaron con intención de robarle. Pero el destino quiso que Peterson ese día paseara cerca y vio el alboroto a lo lejos. Un hombre, bastón en mano, intentaba defenderse de unos truhanes. Sin querer, al mover su bastón hacia atrás, rompió el escaparate de una tienda, y se asustó. Más aún cuando le vieron llegar corriendo.

El hombre dejó caer el ganso y al huir, perdió este sombrero. Y el bueno de Peterson quería devolverle tanto el animal como el sombrero, así que me lo trajo. El ganso no podía esperar, así que el propio Peterson lo usó como comida de Navidad. Pero el sombrero… tiene unas iniciales, ‘H.B’. Y el ganso llevaba atada una nota que decía: «Para la señora de Henry Baker». Pero claro… ¡hay muchos Henry Baker en la ciudad!

La aventura del carbunclo azul: el análisis del viejo sombrero

– Pero… ¿y qué pistas tienes?

– El sombrero, Watson, ya te lo dije…

– ¿Solo el sombrero? ¿Estás loco? ¿Y qué puedes sacar de él? Es un viejo sombrero, sin más.

– Querido amigo, ¿aún no me conoces? De un sombrero se pueden sacar muchas cosas… Venga, inténtalo.

Tomé el maltrecho sombrero entre mis manos y le di una vuelta. Era un sombrero negro muy ordinario, con su forma redondeada, nada que saliera de lo normal… Bastante duro, eso sí. El forro era de seda roja, aunque un tanto descolorida. No se veía el nombre del fabricante, pero, tal y como había dicho Holmes, se podían leer las siglas H.B garabateadas en un lateral. Había una perforación hecha en el ala del sombrero para sujetarlo, pero faltaba el elástico. Por lo demás, estaba agrietado, polvoriento y con manchas en varias zonas, aunque también habían intentado ocultar las partes más descoloridas con pintura negra.

– Pues no veo nada, Holmes- le dije, devolviéndole el sombrero.

– De eso nada, Watson. Claro que lo ves, aunque eres demasiado tímido…

– ¿Sí? Y entonces, Holmes, dime qué debería ver…

Y, con el sombrero en la mano, y observándolo bien, con intensidad, dijo:

– A ver, que su propietario es un intelectual, es obvio… y también que está bastante acomodado desde hace tres años. Aunque parece que ahora pasa por una mala racha, económicamente hablando… lo que indica que pueda estar bajo alguna mala influencia. Que no tiene por qué ser una persona, sino la bebida… lo que explicaría por qué su mujer ha dejado de amarlo.

– ¡Mi querido Holmes! ¡No puedo creer que deduzcas todo eso!- dije estupefacto ante tanta información.

La aventura del carbunclo azul: Más deducciones a partir del viejo sombrero

– Aún hay más, Watson. Es un hombre previsor, aunque ahora mucho menos… Este hombre, aún pasando esta mala racha, no ha perdido todo el respeto por sí mismo. Lleva una vida sedentaria, sale poco. Es de mediana edad, de cabello canoso, que por cierto, se ha cortado en los últimos días. Y se lo cuida con crema de lima. Todo esto es lo más sencillo de deducir. Además, me parece muy poco probable que tenga gas en su casa…

– Creo que bromeas, Holmes…

– ¿Es posible que después de darte todos los datos, sigas sin verlos, Watson?

– Pues… no entiendo…¡Debo ser un estúpido! Por ejemplo, ¿cómo sabes que es intelectual?

Holmes se caló el sombrero hasta el puente de la nariz y dijo:

– Alguien con esta capacidad cúbica debe tener algo dentro, ¿no?

– Ya… ¿Y lo del declive de su fortuna?

– El sombrero tiene tres años. Estas alas rizadas se pusieron de moda justo entonces. Y este sombrero es de la mejor calidad… con esta seda en el forro. ¡Insuperable! Tenía por lo tanto mucho nivel adquisitivo. Pero no ha cambiado el sombrero en tres años…

– Asombroso, sin duda. Pero, ¿qué hay del tema de ser previsor, aunque en declive y que aún se respeta a sí mismo?

– El sombrero tiene un hueco instalado para enganchar unos elásticos, y así evitar que se lo lleve el viento. En su día fue precavido, pero no hay elásticos… lo que significa que perdió esa cualidad. Por otro lado, embadurna con pintura las partes más dañadas y descoloridas del sombrero, lo que significa que aún se respeta y quiere conservar cierta dignidad.

La aventura del carbunclo azul: Observaciones más precisas del sombrero negro

– Y lo demás, Watson, se observa con lupa y detenimiento. El forro tiene aún puntas de pelos muy pequeños y canosos, lo que indica que se cortó hace poco el cabello. Y hay un olor muy característico a crema de lima… El polvo que cubre el sombrero no es el polvo gris de la calle, sino polvo blanquecino del interior de una casa, lo que indica que el sombrero está mucho tiempo colgado. Nuestro hombre, por lo tanto, sale poco, es sedentario.

– Pero… ¿y su esposa? ¿Cómo sabe que dejó de amarle?

– Este sombrero no se ha cepillado en semanas. ¿Qué esposa dejaría a su marido salir a la calle con el sombrero lleno de polvo?

– Puede que esté soltero…

– No. él llevaba a casa el ganso para la cena de Nochebuena, y era para su esposa. Lo decía bien claro en la tarjeta que acompañaba al ave.

– Desde luego, tienes una respuesta para todo, Holmes. Pero… ¿cómo deduces que no tiene gas en su casa?

– Hay manchas de cera en el sombrero. Y no una, sino cinco… Alguien que anda a todos lados con velas, es porque no tiene gas.

– Es todo muy ingenioso, Holmes, pero como bien dijiste, no se cometió ningún delito. Solo una pérdida de un ganso y un sombrero. ¿A qué viene esta pérdida de energía?

Entonces, la puerta se abrió de par en par, y el comisario Peterson entró gritando, con las mejillas encendidas y totalmente aturdido:

– ¡El ganso, señor Holmes! ¡El ganso!

Los dos le miramos boquiabiertos.

La extraña historia de la piedra en la aventura del carbunclo azul

– ¿Qué pasó? ¿El ganso volvió a la vida después de muerto?- preguntó con sorna Holmes.

El comisario se sentó y sacó de su bolsillo una pequeña y brillante piedra azul, del tamaño de un frijol:

– Mire lo que mi mujer encontró en el animal…

Holmes lo tomó en la mano y después de observarlo con la lupa, dijo:

– ¡Por todos los demonios, Peterson! ¿Sabe usted el tesoro que encontró?

– ¿Un diamante, quizás? Brilla tanto… y corta vidrio como si fuera mantequilla.

– Es más que una piedra preciosa… Es ‘la piedra preciosa’. Es el carbunclo azul de la condesa de Morcar… The Times anuncia a diario una recompensa. La mitad de la fortuna de la condesa, nada más y nada menos. Debe haber bastante contenido sentimental en esta piedra, deduzco… Ella ofrece mil libras. Me imagino que tres veces más de lo que esta piedra vale en el mercado.

– ¡Mil libras! ¡Dios misericordioso!- el comisario casi se desmaya de la impresión al escuchar aquello.

– Si no recuerdo mal, se perdió en el Hotel Cosmopolitan… – añadió Holmes- El 22 de diciembre, hace apenas cinco días. El sospechoso y detenido por el robo del joyero de la condesa fue el fontanero John Horner. Al parecer, las pruebas eran contundentes y claras. Debo tener algún recorte de la noticia guardado por alguna parte- dijo Holmes mientras rebuscaba en sus cajones. Encontró justo lo que buscaba y leyó este párrafo de la noticia:

La aventura del carbunclo azul

«Horner fue arrestado la misma noche del robo, pero la piedra no pudo ser encontrada. Catherine Cusack, doncella de la condesa, declaró haber escuchado el grito de terror del asistente en jefe del Hotel Cosmopolitan, Ryder, al descubrir el robo y corrió a la habitación.

El inspector Bradstreet, a cargo del caso, dio pruebas del arresto de Horner, quien luchó frenéticamente y protestó por su inocencia en los términos más enérgicos. Ante la constatación de una condena previa por robo contra el detenido, el magistrado se negó a resolver sumariamente el delito, pero lo remitió a los Assizes (un tribunal de jueces). Horner, que había mostrado signos de intensa emoción durante el proceso, se desmayó al concluir el juicio y fue sacado del tribunal «.

– Vaya- añadió Holmes- Nuestro inocente y trivial caso, Watson, de pronto toma relevancia… ¿Qué hacía el señor H.B con un ganso que ocultaba la piedra preciosa de la condesa, robada supuestamente por el señor Horner el 22 de diciembre? Ahora sí que debemos ponernos serios y localizar al dueño de este sombrero, para saber qué papel juega en todo este asunto. Aquí tenemos la piedra, el carbunclo azul, y la piedra vino del ganso, que a su vez, tenía en brazos el aburrido y sedentario Henry Baker, con cuyas características te he aburrido… Lo primero que haremos, Watson, es colocar un anuncio en todos los periódicos vespertinos.

– ¿Y qué pondrás?

– Algo claro y conciso: ‘Encontrado en la esquina de Goodge Street, un ganso y un sombrero de fieltro negro. El señor Henry Baker puede recibir lo mismo solicitando esta tarde a las 6:30 en el 221B de Baker Street.

– Pues está muy bien… ¿Y lo verá?- pregunté.

– Ya lo creo… Es un hombre pobre que perdió algo muy valioso. Seguramente salió corriendo al ver llegar a Peterson no por la rotura del escaparate. Seguro que está pendiente de los periódicos por si puede recuperar lo que perdió.

La aventura del carbunclo azul y el señor Baker

Holmes mandó a Peterson publicar ese anuncio en los periódicos más populares. También le pidió un ganso para poder darle uno al señor Baker cuando acudiera a por él. El suyo, evidentemente, ya no estaba disponible. Holmes se quedó con la piedra para echarle una nueva ojeada.

– Esta piedra, Watson, es un tesoro… El carbunclo azul brilla como ninguna, pero es un foco de crímenes, como todas las piedras preciosas. Esta, en concreto, tiene solo veinte años. Se encontró a orillas del río Amoy, al sur de China, y la particularidad es que en lugar de roja, es azul. Veinte años tiene solo, pero ya arrastra una lista de sucesos: dos asesinatos, un suicidio y unos cuantos robos… La guardaré en la caja fuerte y escribiré a la condesa para informarle de que lo encontramos.

– ¿Crees que Horner es inocente?- pregunté a Holmes.

– No lo puedo asegurar aún.

– ¿Y Baker tendrá algo que ver en todo esto?

– En cuanto le conozcamos, lo sabremos…

Regresé a casa de Holmes al día siguiente, a las 18:30 horas. Justo en ese momento llegó el señor Henry Baker. Era un hombre alto. Llevaba una gorra escocesa y un abrigo abotonado.

– Pase, señor Baker- dijo Holmes- Aquí tiene el sombrero…

– Sí, es mi sombrero- dijo el hombre mientras lo agarraba con firmeza.

La aventura del carbunclo azul: una breve descripción de Baker

Era un hombre corpulento, de hombros redondeados, un rostro amplio y con semblante inteligente. Tenía una incipiente y puntiaguda barba castaña algo canosa. La nariz y las mejillas algo sonrosadas y un ligero temblor en la mano. Hablaba de forma pausada, midiendo bien las palabras. Daba la impresión, sin duda, de ser un hombre de letras, que había sido maltratado por los infortunios.

– Esperábamos que usted pusiera algún anuncio para devolverle todas sus cosas en su domicilio- dijo Holmes- Al final decidimos poner el anuncio nosotros.

– Pensé que los asaltantes se habían llevado tanto el ganso como el sombrero. Y no me sobra el dinero como para invertirlo en imposibles. Ya daba todo por perdido…

La aventura del carbunclo azul y el misterioso ganso

– Lo único que debemos lamentar es el tema del ganso… No tuvimos otra que comérnoslo.

El señor Baker dio un respingo en su asiento.

– Pero espero que este otro ganso que compramos, con su mismo peso y tamaño, pueda compensarle- añadió Holmes mientras señalaba el ave que había colocado al otro lado de la habitación.

– Oh, sí, menudo alivio- dijo suspirando el señor Baker.

– Aunque si lo desea, aún guardamos las plumas y patas de su ganso… Algunas partes de las entrañas también.

Baker soltó una sonora carcajada:

– No, no, creo que no guardaré nada del antiguo ganso como reliquia. Me conformo con ese maravilloso ejemplar que han conseguido para mí.

Holmes se encogió de hombros al tiempo que me miraba:

– Está bien- dijo entonces- Ahí tiene su sombrero y su ganso… Pero antes de irse, ¿podría decirme dónde consiguió el otro ganso? Soy muy aficionado a estas aves de corral, y era un ejemplar maravilloso…

– Soy asiduo a Alpha Inn, cerca del Museo. Nuestro anfitrión, Windigate, este año nos consiguió unos gansos que fuimos pagando poco a poco todos los meses. Así es cómo lo conseguí. Muchas gracias de nuevo por el sombrero. No me acostumbro a esta gorra escocesa- dijo Baker mientras se levantaba, cogía su ganso y se alejaba con una reverencia.

– Está claro que es inocente, Watson… Debemos salir a investigar nuestra pista.

Tras las pistas del carbunclo azul

No quedó otra que ponernos los abrigos y salir a la calle. En un cuarto de hora estábamos en Bloomsbury, en Alpha Inn, una pequeña taberna en la esquina de una de las calles que desembocan en Holborn. Holmes pidió dos cervezas.

– Tus cervezas deben ser muy buenas si igualan a la calidad de tus gansos- dijo entonces Holmes al propietario del local.

– ¿Mis gansos? ¡Ah, los gansos que encargué! No son míos, señor. Los encargué a un hombre en Covent Garden… recuerdo su nombre: Breckinridge.

Holmes agradeció la información. Terminamos las cervezas y fuimos directos al mercado de Covent Garden. El puesto más grande tenía el nombre de Breckinridge. El propietario estaba ayudando justo en ese momento a un niño a cerrar las contraventanas. Tenía un rostro afilado y patillas recortadas.

– Le buscaba justo a usted-dijo Holmes- Busco un buen ganso.

– Lo siento, pero los vendí todos…

– Vaya, qué lástima. Me lo recomendaron en Alpha. Quería saber de dónde salieron los gansos de esa taberna…

Breckinridge de pronto estalló en un repentino ataque de ira:

– ¿Para qué quieres saber de dónde vienen? ¿Ya estamos con ese tipo de preguntas? ¿Acaso eres de la policía?

– No, no, tranquilícese. Solo soy un amante de este tipo de aves, y me aposté cinco chelines a que eran criados en el campo…

– Pues ya ha perdido sus cinco chelines, porque son criados en ciudad.

– Disculpe, pero no lo creo… Me apuesto con usted un soberano a que no es cierto.

– ¿Qué no lo cree? Ahora mismo se lo enseño, tengo todo apuntado en un cuaderno.

La aventura del carbunclo azul y el extraño hombrecillo

Breckinridge, algo más sosegado ya, mostró a Holmes lo que ponía en su cuaderno de notas, en donde apuntaba todos sus proveedores. Holmes leyó. «22 de diciembre, 24 gansos a Alpha Inn. A siete chelines y seis peniques. Proveedor: Sra. Oakshott, 117, Brixton Road – 249″.

Holmes parecía consternado tras leer aquello. Arrojó un soberano a la mesa con furia y salió de allí. Un poco más adelante, soltó una carcajada:

– Ja, ja, ja. Qué fácil es a veces sacar información, Watson… ¿Deberíamos ir esta misma noche a hablar con la señora Oakshott?

Antes de que pudiera contestar, un tremendo alboroto hizo que nos diéramos la vuelta. Justo en el puesto que acabábamos de dejar, un hombre pequeño y con cara de rata, se peleaba con el señor Breckinridge.

– ¡Uno de los gansos era mío!- gritaba el hombrecillo.

– Pregúntale a la señora Oakshott- se defendía Breckinridge.

– Pero fue ella la que me mandó venir aquí…

El propietario del local amenazó al pequeño hombre con los puños y él salió corriendo de allí.

– Vaya- dijo Holmes- Creo que nos acaban de ahorrar una visita innecesaria. Vamos, Watson, preguntemos a nuestro hombre…

El señor Ryder en La aventura del carbunclo azul

No fue difícil dar con aquel hombre, que caminaba tembloroso entre la gente.

– Perdone usted- dijo Holmes- tenemos algo que hablar.

– ¿Disculpe? ¿Quién es usted?- preguntó él, algo nervioso.

– Es referente al ganso que busca. Lo sé todo…

– ¿Cómo? ¿Que lo sabe todo? ¡Usted no puede saber nada!

– Sé que el ganso viene de la señora Oakshott, que a su vez llegó al local de Breckinridge, de ahí a la taberna de Alpha Inn, y de esta, a las manos del señor Baker. Tengo lo que busca y estoy dispuesto a negociar con usted.

El hombre entonces abrió mucho los ojos y abrazó a Holmes:

– ¡Es usted el hombre que buscaba!- dijo- Mi nombre es John Robinson.

La prueba de Holmes en la aventura del carbunclo azul

– No es su nombre real… dígame su nombre. No negocio con personas que usan alias- dijo entonces Holmes.

– De acuerdo… Mi nombre real es James Ryder, Asistente en jefe del Hotel Cosmopolitan

– Me imaginaba, señor Ryder. Subamos a un taxi y sigamos con esta conversación en un lugar más cálido…

Aquel hombrecillo nos miró entre asustado y esperanzado, y nos acompañó hasta el piso de Holmes. Ya en su habitación, mi amigo dijo:

– Me imagino, señor Ryder, que el ganso en el que usted estaba interesado era uno blanco con una mancha negra en la cola…

– ¡Así es! ¡Ese es!- dijo el hombrecillo, entusiasmado- ¿Y usted puede decirme dónde está?

– Pues…llegó aquí. Justo aquí- respondió Holmes.

– ¿Aquí?

– Sí… y resultó ser un ave de lo más notable. Puso un huevo después de muerto. Un precioso huevo azul. Lo guardo en mi cámara fuerte…

Ryder se puso de pie, al ver el carbunclo azul. No sabía si reclamarlo o repudiarlo…

– Se acabó el juego, Ryder. Será mejor que se siente antes de caer desmayado. Y aunque tengo todas las pruebas necesarias para inculparle, no me importaría nada escuchar su historia.

La confesión de Ryder en La aventura del carbunclo azul

Ryder, con el rostro desencajado, se sentó y comenzó a contar su versión:

– Catherine Cusack me contó lo de la piedra azul de la condesa Moncar… el carbunclo azul. Ella es la doncella de la condesa…

– Sí, y la avaricia os cegó. Al conocer los antecedentes del fontanero, lo tramasteis todo- dijo Holmes- Hicisteis un agujero en el cuarto de la condesa, llamasteis al fontanero, a Horner, robasteis la piedra y acusasteis al pobre hombre, seguros de que todo el peso de la ley caería sobre él.

Ryder se arrojó entonces al suelo, a las rodillas de Holmes, y comenzó a suplicar:

– ¡Por el amor de Dios! ¡No me delate! ¡Piense en mi padre y en mi madre! ¡Les partirá el corazón!

– No pensaste lo mismo cuando acusaron a Horner…

– Me iré del país, lo abandonaré. No me presentaré en el juicio, y sin testimonio, Horner quedará libre. Y nunca más volveré a intentar nada así. ¡Se lo juro!- continuó suplicando Ryder.

– Hablaremos de eso más tarde, señor Ryder. Pero antes, me gustaría saber cómo acabó el carbunclo azul en el ganso- dijo Holmes.

Ryder comenzó entonces su rocambolesca historia:

El comienzo de la historia de Ryder en La aventura del carbunclo azul

«Tras el robo de la piedra, yo no hacía más que pensar en cómo sacarla de allí. Seguramente registrarían todo el hotel, así que anuncié que tenía que salir a un recado y fui directamente a casa de mi hermana, que hacía poco se había casado con un hombre apellidado Oakshott. Vivía en Brixton Road, y él se dedicaba a engordar aves de corral.

Llegué muerto de miedo a su casa. Todas las personas con las que me cruzaba, me parecían policías. Mi hermana me notó alterado, pero le dije que era porque el robo de aquella joya me había afectado mucho. Fue al patio en donde el señor Oakshott tenía las aves y entonces se me ocurrió… Mi hermana me había prometido un ganso para Navidad. Este ave podría llevar el carbunclo azul y con él, podría acudir a Kilburn a ver a un viejo amigo que acababa de salir de la cárcel, y que seguramente pudiera ayudarme a convertir esa piedra en dinero.

No me lo pensé más y pillé el ganso más grande que vi, uno con una mancha negra en la cola. Le introduje la piedra por el pico y él se la tragó, pero justo en ese momento llegó mi hermana, Maggie, y el ave salió revoloteando entre los demás gansos. Me preguntó qué hacía y le expliqué que quería llevarme el ganso que me había prometido.

El desenlace de la aventura del carbunclo azul

Ella me dijo que tenía el mejor de los ejemplares reservado para mí, pero insistí. Tenía que ser el ganso de la mancha negra en la cola. Y ella, aunque un poco extrañada, me permitió elegir el ganso.

Tomé el que pensé que era el que se había tragado la piedra, pero… al llegar a casa de mi amigo, lo abrimos y comprobé que no había ninguna piedra dentro. Ni rastro del carbunclo azul. Regresé a casa de mi hermana pero ya era tarde. Se habían llevado todos los gansos al puesto de Breckinridge. Ella me dijo que había dos gansos con la misma mancha negra en la cola. ¡Había escogido el que no era!

Y aunque fui corriendo al puesto de Covent Garden, al llegar, su propietario me dijo que ya se los habían llevado a la taberna de Alpha Inn. Y al llegar allí, el ganso de la mancha negra en la cola ya no estaba…

El resto, lo sabe usted mejor que yo. Esa es toda la historia. ¡Estoy tan arrepentido! ¡Por favor, deje que me vaya!

Holmes le miro compasivo. Tal vez por estar en Navidad, dijo:

– Váyase.

Ryder se levantó, le dio mil veces las gracias a Holmes y se alejó.

– Watson, no digas nada. Sé lo que piensas, pero verás…. Este hombre está muy arrepentido. Sé que no volverá a intentar nada así nunca más, y no se presentará al juicio. Horner quedará libre. Y ¿acaso la policía nos pidió ayuda para suplir sus carencias? No… Así que tal vez podamos salvar un alma. Ryder en la cárcel, la terminaría perdiendo.

Dicho esto, Holmes alcanzó una de sus pipas y se dejó caer en una profunda meditación.

(Adaptación del relato ‘La aventura del carbunclo azul’, de Arthur Conan Doyle)

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Publicado por Estefania Esteban

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Soy Estefania Esteban y soy periodista y escritora de literatura infantil.

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